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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Bakhit Jue Mar 22, 2018 3:57 pm

Se juntaban dos veces a la semana, los mismos días, a las mismas horas, y Bakhit nunca faltaba a su cita. El lugar donde se hacían esas reuniones era conocido únicamente por sus participantes, pudiendo comunicarlo tan sólo a aquellos que supieran que no los iban a traicionar; esas fiestas no serían bien vistas por los que no fueran como ellos, esclavos arrancados de sus tierras con el único propósito de servir a sus respectivos amos. Bakhit se sentía afortunado en ese sentido, puesto que el hombre para el que trabajaba lo trataba como a un igual. Podía decirse incluso que eran amigos, algo para nada normal en esa sociedad. El color de su piel bastaba para que todos con los que se encontraba lo despreciaran hasta el punto de hacerlo sentir peor que nada, y Bakhit no sabía qué sería mejor, si soportar las burlas de la gente o si ser completamente invisible a sus ojos. Si fuera lo primero, al menos, significaba que sabían que estaba ahí, algo que no ocurría ni siquiera la minoría de las veces.

Llegó sin saber qué se iba a encontrar, porque nada se preparaba con antelación. En realidad, no hacía falta; las personas que se juntaban allí tenían tanta añoranza por su tierra natal que todo lo que se hacía estaba teñido de ese colorido africano. Bailaban, cantaban, charlaban y reían, todo ello olvidando, durante unas horas, el odio que la sociedad sentía por ellos. Aquel día, sin embargo, no había caras alegres. Había fallecido uno de los ancianos que acudían allí a menudo y con el que Bakhit había hablado en más de una ocasión. Cada vez que se veían hablaban de todo y de nada; de su pasado, su presente y su incierto futuro; del clima, del verdor de los campos alrededor de la ciudad, de los adoquines movidos de las aceras. Cualquier tema era bueno para hablar con el que ahora ya descansaba eternamente.

Al contrario de lo que pudiera parecer, no se sentía tristeza entre los reunidos. La música no era la habitual, pero los bailes que le dedicaron al difunto eran tan animados —o más— que los que hacían cuando no había funerales que celebrar. Los pies retumbaban en el suelo al son de los timbales, y las palmas de las manos se les enrojecían de tanto chocarlas entre sí. Unos gritaban, otros reían y otros lloraban, y en medio de todo, Bakhit se unía a la danza en honor del negro Tuor.

¿Cuánto tiempo pasó bailando? Imposible de saber a ciencia cierta. Al africano le encantaba dejarse llevar por el ritmo de la música, haciendo movimientos que muchos mirarían con desprecio sólo por ser distintos a lo que estaban acostumbrados. Allí era el único lugar en el que podían ser ellos mismos.

Empapado en sudor, se hizo a un lado y se secó la frente con un paño de algodón, sentándose después sobre unas cajas apiladas que ellos usaban como sillas. Los bailarines iban rotando, pero sólo cesarían cuando lo hiciera la música. Miró a su alrededor mientras recuperaba el aliento y se fijó en una joven a la que no había visto nunca. Llevaba en las manos, bien pegada a su pecho, una bolsa de tela que debía contener algunos objetos imposibles de adivinar a simple vista. No apartó la mirada de inmediato, sino que dejó sus ojos oscuros clavados en ella el tiempo suficiente para que cualquiera empezara a sentirse incómodo. Cuando se dio cuenta desvió el rostro, un tanto azorado por el atrevimiento, pero creyó que ella se habría sentido incómoda, así que se levantó y terminó acercándose a ella.

Hola —saludó con una amplia sonrisa—. Perdona si te he asustado, no era mi intención. Es sólo que no recordaba haberte visto por aquí antes. ¿Es la primera vez que vienes? —dijo, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón—. ¡Oh! Me llamo Bakhit. Encantado.

Sacó una de las manos y se la tendió, esperando que ella no saliera corriendo despavorida por su atrevimiento.


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Mensaje por Mahdi Vie Mar 23, 2018 4:36 pm

Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido.
Rayuela - Julio Cortázar.




Mahdi era esclava desde muy niña –aunque ahora con diecinueve años seguía siendo joven, para ella su niñez estaba muy lejos en el pasado, casi en otra vida-, una noche habían llegado a su casa unos hombres que sin demasiadas explicaciones la había separado de su hermana y su madre. La historia era larga y terriblemente dolorosa, pero mientras recorría –con complicidad de las sombras nocturnas- las calles del sur de París, Mahdi la recordaba.

Su padre, un hombre blanco de voz dulce y sonrisa pacificadora, había amado a una negra liberta amante de la vida y sus detalles: Aurora. Y así habían crecido sus hijas, con la naturalidad de no entender que para otros estuviera mal la composición de su familia. Mahdi recordaba perfectamente la noche en la que su padre murió. No podía precisar qué estaba haciendo, ni si lo supo ella antes que su hermana mayor… pero jamás olvidaría la presión que sintió en el pecho, el corazón le dolió tanto que le costó respirar pero tuvo que ayudarse a sí misma, pues su madre y su hermana ya tenían suficiente dolor con el que lidiar. Mahdi supo, a sus tiernos diez años de edad, que el corazón podía romperse aunque no se cayera al suelo y que esa rotura era eterna e irreparable, pues nunca más volvió a sentirlo completo en su interior.

Recordaba todo aquello porque ahora acababa de perder a quien había sido como un segundo padre, esa guía en su vida de esclava, el hombre al que recurría en busca de consejo y de afecto cuando Mahdi no entendía las injusticias con las que a diario la esclavitud la enfrentaba. Su amado Tuor había muerto y ella otra vez estaba sola, sola frente a la vida en París.

Tuor, el negro que la había recibido en su actual hogar –una iglesia pequeña en la zona residencial de París-, que con paciencia le había enseñado muchas cosas, que le había contado sus descubiertas verdades de la vida allí y desmentido otras cosas que ella creía ciertas. Su negro adorado, la persona a la que más había admirado… ahora el anciano estaba muerto y los sacerdotes habían permitido que sus amigos se llevaran el cuerpo para hacerle una despedida, incluso el padre Francis había llorado por el esclavo y le había ordenado a Mahdi coser una cruz de plata -¡de plata!- a la ropa que el anciano llevaría cuando lo fuesen a buscar los otros esclavos. Era el propio padre Francis quien la había convencido de ir a la fiesta de despedida de Tuor, aunque ella no quería porque en verdad no deseaba tener que decirle adiós a su amigo. El hombre le había hablado de la importancia de acompañar a la familia en los buenos y malos momentos, ¿acaso no era Mahdi como una hija para Tuor? Además solo ella podía llevar las pertenencias favoritas del negro -pues ella las conocía bien- y una botellita de agua bendita para que lo acompañase eternamente. Y así acabó aceptando… juntó en una bolsa las pertenencias del Tuor –trece monedas, un anillo, su libreta con dibujos y un peine que se había ganado en una de esas noches de juegos con sus amigos- y marchó hacia el sur de la ciudad.

Nunca había ido, pero su amigo le había hablado tantas veces del sitio que Mahdi no se perdió. No dudó nunca sobre el camino que debía tomar, algo realmente asombroso para alguien miedosa como ella. La música la atrajo desde el principio, pero Mahdi entró cuidadosa sin estar segura de a quién debía dirigirse, ¿acaso había algún líder allí? No lo parecía, algunos reían, otros bailaban… ¿y Tuor? No lo veía.

Eligió quedarse en un rincón, observar como los esclavos danzaban sin ponerse de acuerdo en los movimientos, simplemente se dejaban llevar. Volteó cuando sintió una mirada clavada en ella y cuando descubrió al hombre que la observaba se sintió incómoda, tanto que a punto estuvo de desandar el camino hacia la iglesia. Mahdi no era una muchacha a la que le gustara llamar la atención, ella prefería pasar siempre desapercibida. Y para mayor incomodidad de una Mahdi que estaba hipersensible por la pérdida y por los recuerdos que ella le traía, el hombre se acercó a saludarla.


-Sí, no había estado aquí antes –le respondió y bajó la vista, la sonrisa de él la había tomado por sorpresa. Tomó su mano cuando el esclavo se la tendió y sintió que la suya estaba helada en comparación con la tibieza de la masculina-. Hola, Bakhit. Soy Mahdi. ¿Conoces a Tuor? Él es mi amigo, tenemos los mismos dueños –hablaba en presente sin darse cuenta del error, pero para ella era imposible de asimilar la pérdida todavía-. He traído sus cosas y el padre Francis me ha pedido que le dé a Tuor esta botellita de agua bendita. –La sacó de entre sus ropas y, cuando entendió que no le podía dar nada a su negro amado, la angustia la asaltó. Mahdi se llevó la mano libre a la boca para calmar sus lamentos-. Lo siento, es que todavía no puedo entender que ya no estaremos más juntos.


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Mensaje por Bakhit Jue Mar 29, 2018 6:03 am

Mahdi. Repitió su nombre para sí, grabándolo a fuego en su memoria. Mahdi, dueña de unos ojos tan hermosos como un amanecer. Bakhit se la quedó mirando de nuevo, pero de una forma más suave esta vez. Ella debía ser la muchachita de la que Tuor le había hablado en más de una ocasión y, ahora que la tenía delante, comprendía bien el cariño que el viejo debió sentir por ella. Tenía una cara tan dulce que lo único en lo que el esclavo pensaba era en aliviar su pena. Pero ¡ah…! Bien sabía él que eso no se conseguía de manera tan fácil.

Lo conocí, sí. Venía mucho por aquí y yo siempre aprovechaba esas ocasiones para hablar con él —contestó, recordando las muchas charlas que había tenido con el sabio Tuor—. Creo que en alguna ocasión me habló de ti, aunque nunca me dijo tu nombre. Hablaba de la joven junto a la que trabajaba, y debo decir que, por sus palabras, te quería mucho.

¡Bravo, Bakhit! Eso ya debía saberlo ella, teniendo en cuenta que convivía con él y, por lo tanto, pasaba mucho más tiempo junto al negro Tuor. Agachó la cabeza y se pasó la mano por el pelo corto, sintiendo que no estaba arreglando nada en absoluto. ¡Si alguien hubiera puesto en duda el amor de su esposa por él, habría montado en cólera! Si ella se marchaba enfadada y gritándole barbaridades, él no se iba a ofender, en absoluto.

No te disculpes. Una pérdida nunca es algo fácil, y a veces cuesta mucho asimilarlo por completo. —Hablaba por experiencia propia, puesto que todavía ese era el día en el que sentía a Tiaret junto a él en la cama—. Pero mientras mantengas a Tuor aquí —se dio unos golpecitos en la sien con el índice— y aquí —se llevó esa misma mano al lado izquierdo del pecho— nunca dejaréis de estar juntos. Puedes preguntárselo a cualquiera de los que están aquí si no me crees —aseguró, sonriendo ampliamente con la intención de que ella hiciera lo propio—. Ven, él está allí, tras esas cortinas. Te acompañaré.

Hizo un gesto con la mano para que la siguiera. Bordeó a los bailarines por un costado y se encaminó hacia el fondo, donde unas telas translúcidas dejaban entrever las formas de lo que había al otro lado. Unas velas alumbraban el cuerpo de Tuor, que descansaba sobre una mesa cubierta con un mantel de colores. Alrededor del difunto había un centenar de objetos de los más variopintos, todos recuerdos de aquellos que lo tenían en gran estima. Bakhit había dejado el suyo también, junto a la cabeza del hombre: el primer franco que había ganado como liberto.

Se acercó a él en el momento en el que otras dos mujeres se marchaban. Allí, Tuor nunca estaba solo.

Mira quién ha venido a verte, viejo amigo —comentó, como si estuviera enfermo y no muerto—. Quédate con él el tiempo que necesites, nadie te molestará. Yo esperaré fuera para que podáis estar a solas, pero si necesitas cualquier cosa no dudes en avisarme, ¿sí?


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Mensaje por Mahdi Lun Abr 23, 2018 12:45 am

¿Tuor había hablado de ella allí? Mahdi no debería sorprenderse, después de todo aquella era la segunda casa del viejo, pero lo hacía. Sucedía que en esos momentos, con su querido compañero muerto, ella se arrepentía de haberse negado sistemáticamente a acompañarlo cada vez que la invitaba a los bailes, a las comidas o trueques que los esclavos hacían allí. Se arrepentía porque si lo hubiera hecho ahora tendría más recuerdos felices con Tour. Claro que éstos no le faltaban, algunas imágenes llegaron rápido a su mente para recordarle las veces que ella padecía atada bajo el sol del patio trasero como castigo y él se escabullía para darle agua –cosa que tenía prohibida-, o la vez que Mahdi rompió el ventanal de la iglesia mientras lo limpiaba y Tuor dijo que había sido él, sabiendo que el padre Francis –que le tenía especial cariño a ese viejo esclavo alegre- jamás lo castigaría. La voz de Tuor cantando en las mañanas… Mahdi cerraba los ojos y podía oírla, ¿cómo podría levantarse cada día sin sus canciones cristianas con letra cambiada?

-Siempre lo tendré aquí –le dijo y lo imitó llevándose dos dedos a la sien-, no quiero olvidar jamás su voz. Y mi corazón –dijo, llevando los mismos dedos a su pecho- es de Tuor para siempre, porque él es la única persona a la que en verdad le importo.

No se daba cuenta, pero continuaba hablando en presente. Le costaría poder cambiar su lenguaje a la hora de referirse a él.

No quería verlo. No quería que la última imagen de Tuor que quedase en su mente fuese esa, la de él muerto. Aún así siguió con paso tímido al hombre porque temía contrariarlo, no sabía cómo decirle que prefería no acercarse a su amigo. Lo vio acercarse a la mesa en la que era evidente que su amigo descansaba… Mahdi volvió a romper en llanto y se quedó clavada en el piso, sin atreverse a acercarse más.


-Bakhit –lo llamó con voz quebrada-. Bakhit –repitió, tras aclararse la garganta-, por favor no te vayas, no me dejes sola –le imploró-. Yo no podré acercarme. ¿Te molestaría dejarle estas cosas? Son todas sus monedas y sus objetos más queridos. Y aquí está el agua bendita que envía el padre Francis, ¿te importaría derramar un poco en su frente?

Mahdi le tendió la bolsa al hombre, esperando no estar abusando de la amabilidad que él le ofrecía. De entre sus ropas sacó un papel arrugado, una carta, en la que le había escrito a Tuor cuánto lo quería y lo mucho que lo necesitaría en su día a día. Mahdi besó el papel y también se lo tendió a Bakhit:

-También le he escrito una carta. ¿Podrías dársela por mí? Lo siento, perdóname por molestarte tanto –le dijo y a pesar de las lágrimas que le bañaban el rostro también lucía avergonzada.

Necesitaba tanto un abrazo. ¿Por qué no tenía a nadie en aquella ciudad? ¿Por qué siempre acababa quedándose sola?



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Mensaje por Bakhit Jue Abr 26, 2018 1:30 pm

Justo cuando estaba a punto de cruzar las cortinas que cerraban el lugar donde descansaba el difunto, Bakhit escuchó cómo la voz de la muchacha lo llamaba con voz entrecortada. Se paró en seco y se giró, esperando alguna palabra más de su parte, puesto que la voz de la joven había sido tan baja que no estaba seguro de haber escuchado bien. Cuando oyó su nombre por segunda vez, volvió sobre sus pasos hasta llegar junto a ella. La miró y sintió una punzada de dolor en el estómago; la vio tan pequeña y frágil que sintió el impulso repentino de abrazarla, pero se limitó a colocarle una de sus enormes manos en la espalda. No deseaba angustiarla más de lo que ya parecía estar en presencia de su amigo.

No me iré, tranquila —le prometió—, y no me molestas, en absoluto. —Sonrió—. Dame sus cosas, yo las llevaré.

Con la botella de agua bendita firmemente agarrada en una mano, la carta de Mahdi en la otra y la bolsa sujeta por el brazo contra su cuerpo, Bakhit volvió junto al viejo Tuor. Sacó las monedas de la bolsa y las dejó junto a una de sus manos, mientras que el resto de pertenencias las fue repartiendo a su alrededor, dejándolas allí donde había un hueco adecuado para ellas. Quitó el corcho de la botellita y derramó un par de gotas sobre la frente del negro, pero, pensando que no era suficiente, derramó algunas más, creyendo que nunca sería demasiado tratándose de agua bendita. Lo último que dejó fue la carta de la muchacha. No la leyó —ni tenía intención de hacerlo—, puesto que lo que sea que le contara era algo que quedaría sólo entre ellos dos. Abrió una de las manos del hombre y metió el papel en el hueco de la palma, cerrando los dedos para dejar la carta dentro y a buen recaudo.

Es de Mahdi —le dijo en voz baja, para que ella no lo oyera—. Cuidala mucho desde ahí arriba, ¿de acuerdo? Te prometo que yo lo haré aquí abajo, amigo.

Le dio un fuerte apretón en el antebrazo y se separó, volviendo junto a la joven. Se puso frente a ella y alargó un brazo para tomar su mano con suavidad.

Ya le he dado sus cosas y tu carta —dijo—. Creo que habré derramado suficiente agua en su frente. De todas formas, la botella la he dejado junto a él, como me has pedido.

Acarició el dorso de su mano con el pulgar, intentando, de alguna manera, consolarla, pero no veía que estuviera consiguiendo nada en absoluto. Bakhit no sabía qué hacer, porque lo que su cuerpo le pedía —que no era otra cosa que abrazarla— no sabía si sería aceptado por ella. Acababa de conocerla, y lo único que sabía de ella era su nombre y que era amiga de Tuor. ¿Tendría familia? ¿Alguien que la esperara en el hogar donde vivía? ¿Una pareja, quizá? Si así fuera, habría venido con él —supuso el africano— y junto a ella no había nadie. Estaba sola.

Pensando que, si no lo deseaba, bastaba con que se apartara, Bakhit acortó la distancia que lo separaba de ella e, indeciso aún, colocó las manos sobre sus hombros y la acercó hacia él. La envolvió en un abrazo amistoso mientras, de fondo, seguía sonando el ruido de los timbales.

¿Te gusta bailar? —preguntó de pronto, separándose de ella—. A Tuor le gustaba, aunque no bailaba mucho; prefería vernos a los demás. Lo que sí hacía era cantar, eso se le daba muy bien —dijo, y calló unos segundos antes de continuar—. ¿Te gustaría que bailáramos en su honor?


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Mensaje por Mahdi Jue Jun 28, 2018 11:53 pm

Mahdi se sentía vacía. Vacía y sola. De hecho no era solo un sentir, realmente lo estaba… en su interior no había nada ya y eso se relacionaba con la soledad que era una constante en su vida. A veces se cruzaba con mujeres que habían tenido la suerte de ser vendidas junto a sus hijos y deseaba ella ser madre para tener a alguien en su vida. Otras veces veía a los esclavos que habían formado pareja –no solo para aparearse y darle así nuevos esclavitos a sus dueños- y deseaba ser valiente para poder, llegado el momento, atreverse a hablar con algún esclavo de su edad. Deseaba ser querida y valorada, pero temía perder todo lo que pudiese tener porque así era la vida en esclavitud, de un momento al otro podía ser vendida perdiéndolo así todo –ella había cambiado de dueños tres veces ya, por eso lo sabía bien-, solo los negros valientes creaban lazos fuertes con otros.

Tuor, él había sido su lazo y ahora tampoco lo tenía. ¡Dios, como le dolía esa pérdida! Tanto que Mahdi se dejó acariciar por ese hombre desconocido, algo que jamás habría permitido antes, y mientras él se acercaba con cuidado a ella, la esclava se fue liberando hasta acabar llorando abrazada a él como si fuese su hermano o su pareja… como si confiara en él, en Bakhit.


-Gracias, lo siento tanto –dijo, con la cara escondida en el pecho de él. Sus manos se abrazaron a la espalda del hombre y Mahdi no fue consciente de que las lágrimas estaban humedeciendo la ropa de él. Qué vergüenza…

-Sí, me gusta bailar –le respondió confundida ante lo extraño de la pregunta. No quería separarse del abrazo, pero tuvo que hacerlo. Se limpió las lágrimas y respiró profundamente algunas veces para tranquilizarse, llenando de oxígeno su cuerpo-. Confieso que soy como él, me gusta bailar pero prefiero ver a otros porque creo que bailo mal.

¿Le gustaría hacerlo? ¿Quería bailar allí, en honor a su amigo? Sí, deseaba más que nada bailar en esos momentos para olvidar el dolor, para que Tuor la viese y estuviera contento por ella, para que sintiera orgullo al verla romper con su timidez.

-Sí, me gustaría –dijo y se tocó las mejillas, no solo para volver a limpiar los restos del llanto, sino también para aliviar el ardor que sentía-, pero no conozco a nadie. Soy una extraña para todos aquí.

Los tamboriles seguían sonando, Mahdi miró en dirección a la puerta que conectaba con el exterior. No quería pasar por la vergüenza de bailar ante otros, pero a la vez quería atreverse a ser libre, quería saber qué se sentía hacer lo que deseaba sin temerle a la mirada de los otros, sin pensar en posibles reprimendas o terribles castigos. Necesitaba ser libre, aunque solo fuese por unos instantes.

-Tú bailarás conmigo, Bakhit. ¿Cierto? Es que me apena no conocer a nadie –se apuró a explicarle.


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Mensaje por Bakhit Jue Jul 12, 2018 2:14 pm

Bakhit se alegró de que su abrazo no hubiera sido rechazado, porque eso significaba que había hecho algo bueno por ella. Mahdi lloró sobre su pecho y él la apretó contra sí, acariciando su espalda en un gesto reconfortante. Él sabía bien lo que era perder a ser querido; en su vida había perdido varios, aunque los que más dolor le producían fueron su mujer y sus dos hijitas. ¡Cuánto las echaba de menos! Si le propuso salir a bailar, no fue sólo para intentar que la joven se animara, sino también para pensar en otra cosa que no fuera el día en el que le separaron de su familia.

Si te gusta bailar, entonces bailarás bien —le aseguró—. No importa que no conozcas a nadie. Éste es un lugar al que llega gente nueva cada día. Algunos vuelven, otros no, pero todos son bienvenidos y aceptados por igual —dijo, posando una mano en su espalda, bajo los hombros, para dirigirla hacia la salida—. Nadie aquí va a juzgarte, menos aún por cómo bailas. Y si alguien se atreve, se las tendrá que ver conmigo.

Con esa promesa, comenzó a caminar hacia fuera del velatorio, llevando a Mahdi con él. Cuando salieron, optó por darle la mano y cruzar con ella la zona donde los esclavos bailaban por uno de los costados, sin llegar a mezclarse entre la gente. La guió hasta una esquina y la colocó frente a él. Después, tomó sus dos manos y las unió, envolviéndolas con las suyas.

No te fijes en ellos, mírame a mí.

Soltó sus manos para tomar su rostro con suavidad y hacer que lo mirara a los ojos. Él volvió a quedarse maravillado con los suyos, de un color que nunca había visto hasta ahora en nadie que tuviera su tono de piel.

Tú sólo relájate, déjate llevar. Bailaré contigo hasta que decidas cambiar de pareja. —Sonrió, aunque, por algún motivo, no quería que ella tomara esa decisión—. Y, si te cansas y quieres parar, avísame e iremos a sentarnos en esas cajas de allí. —Las señaló con una mano mientras sus pies ya empezaban a moverse al ritmo de la música—. Vamos.

La tomó de una mano y la acercó un poco más hacia el centro, pero sin llegar a mezclarse del todo con los demás. La mantuvo agarrada un tiempo, esperando que el ritmo que él ya llevaba se traspasara a ella.

Escucha la música, sólo eso. Deja que tu cuerpo haga el resto.

El resto de los esclavos comenzaron a chocar las palmas de sus manos entre sí, y ese fue el momento que Bakhit eligió para soltar a Mahdi e imitar a los demás. Sus piernas se movían solas para entonces y, aunque se agitaba más que ningún otro, no abandonó la cercanía de la muchacha, tal y como le había prometido.


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Mensaje por Mahdi Sáb Jul 28, 2018 11:11 pm

«Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre… mientras baila»
Isabel Allende – La isla bajo el mar.



Había todo tipo de personas allí y lo sabía sin necesidad de detenerse a observar a cada uno. Sus años de esclavitud le habían enseñado a leer rápidamente a la gente, a ponerse siempre a resguardo mientras identificaba posibles ataques.

Bakhit se lo dijo, pero aunque no lo hubiera hecho Mahdi de todos modos elegiría mirarlo solo a él, aunque sin descuidar el entorno. Siguió los consejos del hombre, tal vez demasiado cerca del cuerpo ajeno que usaba de escudo; nadie la vería si las espaldas anchas de él –propias de un negro que ha trabajado durante muchos años- la ocultaban.


-No quiero cambiar de pareja –le dijo con voz asustada, ni siquiera se lo había planteado, simplemente no quería y no lo haría. Allí todos eran iguales, allí nadie podía obligarla a hacer lo que no le gustase-. ¿Por qué te vas? No te alejes –le pidió y cuando él se alejó unos pasos ella los salvó para conservar la misma distancia inicial.

En realidad, la danza africana no era algo que Mahdi hubiese aprendido de pequeña. Había bailado más siendo esclava que cuando era libre porque en su tierra ella era una niña importante, su padre era un hombre blanco muy querido y respetado en la isla. Francia le había enseñado muchas cosas y una de ellas era a bailar, así que Mahdi bailó el ritmo que su cuerpo le pedía ejecutar, se entregó a las enseñanzas de París y cerró los ojos, porque aunque quería que Bakhit la mirase, se incomodaba al saberse estudiaba por él. Así, con los ojos cerrados –y sujetándose la falda con ambas manos para no pisarla y acabar de boca en el suelo-, sintiendo que la vida la inundaba –porque eso honraban allí, la vida de su querido amigo Tuor-, Mahdi bailó sonriendo porque quería que su amigo la viese feliz, bailó con inseguridades al principio pero con una libertad que se renovaba cada vez que la planta de sus pies tocaba con fuerza la tierra, cada vez que su rodilla se elevaba hasta su pecho, con cada movimiento rápido de sus hombros. Los minutos que pasaron fueron varios, más de los que ella había imaginado que bailaría cuando aceptó la propuesta de Bakhit... pero no era consciente del transcurso del tiempo.

Los demás esclavos aplaudían y reían y ella suponía que eran muchos los que bailaban alrededor de ellos, pero maldito el momento en el que Mahdi abrió los ojos porque descubrió que solo estaban ellos dos bailando mientras los negros los rodeaban, algunos cantaban alegres, otros gritaban cosas en sus dialectos, lenguas prohibidas en aquella tierra. Mahdi se asustó y dejó de bailar al instante, pese a que los tamboriles seguían sonando.


-Ya no quiero bailar –dijo y se pegó a Bakhit, ese amigo en común que tenía con Tuor-. Lo siento, ya no puedo. Mejor vamos a sentarnos –propuso, pero sin mirarlo a los ojos.

Mahdi caminó hasta un rincón del patio y se sentó sobre unas cajas viejas. Afortunadamente parecían resistentes, no se romperían bajo su peso. Quería seguir hablando con el hombre, pero no quería que le preguntase por qué ya no había querido bailar porque la juzgaría como tonta y Mahdi no lo era, ella sabía que no lo era pese a que el padre Jean le repetía todos los días lo tonta e inservible que era.


-Creo que debería irme, mis dueños me dieron permiso de venir pero no quiero caminar tan tarde por las calles –a pesar de decir aquello no se movió, no hubo intención en su cuerpo de cumplir con lo que su boca había hablado-. ¿Quiénes son tus dueños, Bakhit? ¿Ellos son buenos contigo?


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Mensaje por Bakhit Mar Ago 14, 2018 2:22 pm

Bakhit se dejó llevar, tal y como le había dicho a ella que hiciera. Bailó moviendo su inmenso cuerpo como si no pesara nada, demostrando la agilidad que escondía tras esos músculos duros y perfectamente delineados. Aunque algunas de las mujeres que había a su alrededor intentaron hacer que bailara con ellas, él no se separó de Mahdi. Vio, por el rabillo del ojo, la cara de enfado de Onyeka, que intensificó los movimientos que hacía con el hombre con el que bailaba. Bakhit la ignoró; no era la primera vez que se le insinuaba, pero el liberto no estaba interesado en ella, en absoluto.

Sólo abrió los ojos para ver bailar a Mahdi, que se movía frente a él libre y con una energía contagiosa. Parecía que ella se mantenía ajena a todo lo que los rodeaba y él no hizo nada para romper el hechizo. La pérdida de un ser querido no era algo fácil de sobrellevar, menos aún en la situación en la que se encontraban los esclavos en aquella ciudad. La joven había tenido suerte de que la dejaran ir a velar a su amigo, puesto que no todos tenían la ocasión, siquiera, de pedir permiso.

Está bien, está bien —dijo, disminuyendo el ritmo poco a poco y sujetándola de los brazos.

La acompañó hasta las cajas y dejó que se sentara en una de ellas. Los timbales cambiaron el ritmo y comenzó a sonar uno distinto, pero igual de energizante. Algunas de las personas que habían estado bailando se retiraron, dando paso a nuevas parejas que se animaban a salir.

Ahora mismo vengo —anunció—. Espérame aquí, no tardaré.

Desapareció detrás de las cajas durante unos pocos segundos y volvió al lado de Mahdi con un botijo mediano lleno de agua. Bebió largo y tendido antes de ofrecérselo a la muchacha. Tal y como había bailado, debía estar sedienta.

Puedo acompañarte más tarde si deseas quedarte un poco más aquí —se ofreció mientras se sentaba a su lado—. De todas formas, yo no tardaré en marcharme también; me convendrá estar descansado mañana. —Se humedeció los labios y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano—. ¿Quieres que salgamos juntos?

Onyeka se acercó hasta ellos y tomó a Bakhit de la mano, tirando de él para incitarlo a salir a bailar. El hombre rechazó la invitación, primero con educación, pero, al ver la insistencia de la mujer, terminó hablando en su propio idioma —puesto que Onyeka lo entendía— en un tono de voz que no sonaba, en absoluto, agradable. Aunque no hubiera entendido lo que decía, su reacción habría sido la misma: alejarse y buscar otra pareja.

Ahora no tengo dueños. —Su voz sonó con cierto tono de orgullo—. Lo tuve, como todos aquí, pero me concedió la libertad. Lo cierto es que nos hemos convertido en grandes amigos; yo, al menos, así lo siento. —Se encogió de hombros—. Aún sigo trabajando para él y, en realidad, lo único que ha cambiado es que ahora no necesito pedir permiso a nadie para ir y venir.

La miró. Aquello que le había contado no era algo que pudiera decirle a cualquiera, ni siquiera en un entorno limitado como aquel. A pesar de que hacía apenas un par de horas que la conocía, sentía que podía confiar en ella lo suficiente para confesárselo.

¿Y los tuyos? ¿Son buenos contigo?


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Mensaje por Mahdi Mar Ago 28, 2018 7:46 pm

Cuando él se alejó de ella, Mahdi se sintió expuesta a las miradas de todos, aunque pocos eran los que les prestaban atención en realidad. Agachó la vista, clavándola en sus pies de piel seca y lastimada. Llevaba unas sandalias sencillas y gastadas, afortunadamente los sacerdotes habían tenido a bien calzar a sus esclavos para prevenirlos de heridas profundas que les impidiesen trabajar.

-Gracias –dijo cuando él regresó y le ofreció agua, con un poco de vergüenza bebió y se quedó con sed, pues le daba apuro tomar demasiado, y se la devolvió-. ¿Harías eso? ¿Me acompañarías? La noche es peligrosa, hay demonios en las calles –dijo, repitiendo lo que le había oído decir al padre Francis-, nunca camino de noche y si debo hacerlo pues… corro.

Quería preguntarle más cosas, ser valiente para poder inquirir acerca de lo que debía hacer, ¿qué trabajos le encargarían sus dueños? Ella tenía que planchar por la mañana e ir al río a lavar las sotanas de los tres sacerdotes antes del mediodía para poder llegar a tiempo a colgarlas aprovechando el sol. Ahora sin Tuor también debería encargarse de los ventanales, cosa que le daba pánico.

Cuando la mujer se acercó a ellos con intención de llevarse a Bakhit, Mahdi se descubrió a sí misma deseando con fuerza que él no se fuera, que no eligiese a la otra esclava, que la prefiriese a ella. ¿Por qué? ¡Qué absurdo desear algo así! Pero era justamente lo que había querido y ella se sorprendió. No entendió lo que Bakhit le dijo a la otra mujer, pero le pareció que estaban peleando y tomó la mano del esclavo para calmarlo… ¿la mano? Sí, Mahdi le tomó la mano a un desconocido y eso le gustó casi tanto como haber bailado con él, pero sin dudas no al nivel de saber –porque no le hacía falta entender el idioma para tener esa certeza- que finalmente la había elegido a ella.


-Lo siento –dijo y soltó su mano-, es que creí que pelearían y me ponen nerviosa las peleas. Antes trabajaba en una casa en donde mis dueños se peleaban todo el tiempo, una vez la señora Prudence le arrojó un espejo al marido y le cortó la cabeza y el rostro como por aquí –le mostró, señalando en su propio rostro la zona del pómulo derecho-, del miedo que sentí al verlos se me cayó el jarrón con flores y al final me castigaron a mí. Las discusiones me dan miedo porque me recuerdan eso: la primera vez que me azotaron.

¡Qué tonta se sintió al haber contado eso justo cuando él le decía que era un liberto! Estaba allí porque quería, trabajaba porque quería y podía ir a dónde quisiera. Mahdi no sabía qué decir, ella también había sido libre pero no creía poder ahorrar lo suficiente como para comprarse la libertad ahora.

-Mi madre también era liberta, se casó con mi padre que era blanco… pero cuando mi padre murió todo cambió –dijo, sin saber por qué le contaba aquello. Quizás quería que él no la viese del todo lejana, después de todo tenían algo en común: él era libre y ella lo había sido-. Nos vendieron, a las tres. Oh, no importa eso ya. Me alegra mucho que hayas conseguido algo tan importante, tu dueño debe ser… bueno, tu amigo, él debe ser una persona maravillosa.

Se incorporó, porque en cuanto él le preguntó por sus dueños Mahdi fue consciente de lo tarde que era. Otra vez buscó tomarlo de la mano para tirar de él y así ponerse en marcha.

-¿Podríamos irnos ya? Se ha hecho tarde…. –soltó su mano y volvió a mirar al suelo, sentía con él una repentina confianza aunque no estaba seguro de que aquello fuese correspondido-. Ellos son justos, ni buenos ni malos. Si nos equivocamos en algo nos dan el castigo que merecemos y si hacemos bien las cosas a veces nos premian. El padre Francis es mi favorito, el padre Jean es el más severo y el padre Tadeus está siempre muy enfermo… así que solo hablamos unas palabras al día. Vamos, por favor. La noche me da miedo.

Se puso en marcha sin saludar a nadie, pues a nadie conocía. Sabía que lo correcto sería darle un último vistazo a Tuor, pero no quiso hacerlo pues en su corazón ella ya se había despedido de él. Caminó hasta la puerta y observó la calle desierta, ese era el principal riesgo… que no hubiera nadie. Pero Mahdi no estaba sola.


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Mensaje por Bakhit Vie Sep 14, 2018 3:29 pm

Cuando la mano de Mahdi tomó la suya, considerablemente más grande y áspera, Bakhit se tranquilizó, al menos si se miraba desde fuera. Zanjó la discusión con Onyeka y volvió al lado de la otra joven, pero se sentía muy rabioso por dentro. Esa mujer no dejaba de atosigarlo a pesar de que él nunca le había dado motivos para que pensara que estaba interesado en ella.

No pasa nada —la tranquilizó—. No iba a discutir con ella, pero te agradezco que te hayas preocupado. Onyeka no es una mujer que se dé por vencida fácilmente.

Sonrió amablemente antes de que la joven comenzara su relato. El gesto de Bakhit se esfumó tan rápido como entendió la mala fortuna que había tenido esa muchacha. ¡Pero cómo era posible que nadie tratara así a un ser humano! En ese momento comprendió la buena suerte que había tenido él al haber sido comprado por Mikolaj. Sólo había tenido un amo, el mejor que podía haberle tocado en suerte, y se sintió un estúpido al hablarle con orgullo sobre su condición de liberto. ¡Si hasta la habían azotado, por todos los dioses! ¿Cuántos años debía tener? Era una niña, no había podido tener tiempo para hacer nada mal como para que la castigaran así. Ni así, ni de ninguna manera, en realidad, pero Bakhit veía imposible que una carita como la de esa joven pudiera recibir castigo alguno.

Lo siento, Mahdi, no quería hacerte sentir mal, ni con mi actitud, ni con mis palabras —dijo, buscando su mano para apretarla con suavidad—. No sé si él es maravilloso, pero te puedo asegurar que conmigo ha sido muy bueno. —Miró a su alrededor un segundo y fijó su vista en la gente que seguía bailando—. Mi madre decía que a las personas buenas siempre les esperaba un buen futuro, que tarde o temprano el mundo les devolvía eso que ellos le habían dado. —Se giró para poder mirarla—. Yo no sé ver el futuro, pero lo que sí sé es que a ti todavía el mundo no te ha dado lo que te mereces.

Se levantó y dejó que Mahdi tirara de su mano para marcharse de allí. La siguió hasta la calle sin decir nada, pero sin separarse mucho de ella. Bakhit ya se había dado cuenta de que era una muchacha asustadiza, pero no era algo que le sorprendiera. Su vida no debía haber sido fácil, a juzgar por lo poco que le había contado —y de manera extremadamente natural, para su sorpresa—; además, aquella ciudad no era para nada segura, mucho menos de noche, para una mujer sola y, para colmo, esclava. Era el blanco perfecto de cualquier malhechor.

Te acompañaré hasta donde me pidas —repitió para que supiera que su oferta no había cambiado—, pero deberás guiarme. No sé dónde queda la casa de tus amos.

Comenzó a caminar a su lado. Le habría ofrecido su brazo, pero no estaba seguro de si aquello supondría un acercamiento demasiado grande para ella. Aunque ya habían compartido más de lo que parecía, apenas se conocían.

Yo también fui libre hasta que me arrancaron de al lado de mi familia. Me llevaron a una ciudad que no conocía y allí me expusieron hasta que me compraron. Sólo he tenido un amo, así que puedo decir que he sido afortunado —le contó. Sentía que ella había sido mucho más sincera que él y que, de alguna manera, le debía algo.


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Mensaje por Mahdi Vie Sep 28, 2018 12:09 am

Los pocos lazos afectivos que Mahdi había hecho en esa ciudad eran con los otros dos esclavos de la Iglesia, sabía que amar –para una esclava- no era conveniente. Trataba de mantenerse alejada de los demás, de no sentir cariño por nadie –aunque siendo como era eso se le hacía difícil-. Aun así le gustó saber que no caminaba sola esa noche, que había un hombre apuesto -¡y libre!- acompañándola, eso no la hacía establecer nada con él, de seguro no lo volvería a ver, pero le gustaba la coincidencia: habían querido a la misma persona.

-Vivo en la Iglesia, como Tuor –dijo, sin pensar en que el viejo ya no volvería allí-. No tardaremos mucho en llegar y luego podrás irte a tu casa –le aseguró, porque no quería hacerle perder tiempo a un hombre libre-, tú sígueme.

Quería hablar de tantas cosas con él, pero no sabía cómo iniciar la conversación. Tuvo suerte, y eso que no la tenía nunca, pues fue él quien comenzó a hablar y justamente comentó aquello que ella moría por saber.

-¿Cómo era tu familia, Bakhit? Cuéntame de ellos. ¿Los recuerdas? Creo que olvidé como era el rostro de mi madre… sí recuerdo su perfume, cuando llega la primavera y las flores nacen siento que ella me rodea, pero no puedo recordar su rostro. Tampoco recuerdo la voz de mi hermana… sí cuánto me gustaba jugar con su cabello, que era tan rizado como el mío. Y mi padre… a él no puedo olvidarlo. –La nota de tristeza en su voz evidenciaba cuánto tiempo llevaba extrañándoles. –A mí nunca me han expuesto –le confió, entre agradecida por no haberlo padecido, pero apenada porque él sí-, mi primer dueño fue el hombre que traicionó a mi padre. Yo creía que él me quería como a una hija, pero no era así, a sus hijas no les hacía las cosas que me hacía a mí.

Había hablado demasiado de ella, le estaba contando cosas que solo había compartido con Tuor en su momento. ¿Se debía todo a él? ¿Acaso Tuor se había ido, pero dejado un nuevo amigo para que la oyese? No era prudente hacer nuevas amistades, Mahdi lo sabía, pero ese hombre le gustaba.

Como iba acompañada, y ya estaban a mitad del camino, Mahdi decidió no tomar el camino largo, sino ir por la calle que acababa en la puerta trasera de la iglesia. No solía tomarlo porque era muy empinado y ella siempre volvía con los fuentones de ropa que lavaba en la laguna, subir le costaba, pero no llevaba peso en esos momentos, por eso lo eligió.


-Esa es la casa de Dios –señaló el templo del que se levantaba la torre con la cruz tallada y la campana que se adivinaba entre las sombras-, ahí vivo ahora. Oh –se detuvo en seco al ver la escena en un esquina; debían correr porque había peligro-, es un ramanga… Corre, corre –le susurró y tiró de la mano de él para llegar a la puerta trasera.

Mahdi se volvió y observó los ojos de la bestia bebedora de sangre fijos en ellos, dejó a un lado el cuerpo de la mujer de la que se alimentaba –que cayó, algo aturdida- y comenzó a dar zancadas para llegar a ellos. Mahdi ya no supo más, no quiso seguir mirando. Se encaramó a la reja del patio trasero y saltó dentro, animó a Bakhit a hacer lo mismo y nuevamente tiró de su mano para llevarlo a la casilla pequeña de madera en la que ella dormía.


-Es un ramanga –susurró otra vez, agitada, mientras cerraba la endeble puerta tras ellos-, ¿lo has visto bien? Parece un hombre pero es un demonio… El padre Francis dice que no pueden entrar en nuestro terreno porque es Santo, estamos a salvo. -El corazón le latía fuerte, era por el miedo más que por la carrera.

Valiente, como no era, Mahdi abrió apenas la puertita para ver cómo estaba todo afuera. Las luces de las farolas le descubrieron que el ramanga la observaba fijamente, del otro lado de las rejas con los puños apretados.


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Mensaje por Bakhit Dom Oct 14, 2018 9:14 am

Mahdi aseguró que no tardarían en llegar, pero Bakhit se sorprendió al sentir que, en realidad, no le importaba pasar más tiempo con aquella muchacha. Le resultaba agradable estar con ella, estaba llena de vida a pesar de las penurias que había tenido que pasar en su corta edad. ¿Cuántos años tendría? El africano calculaba que apenas habría pasado la veintena, si es que había llegado a ella. ¿Qué mundo cruel permitía que un alma joven e inocente como la de aquella chiquilla sufriera los horrores que los hombres blancos ejercían sobre ellos?

Bakhit nunca había sido problemático como otros esclavos de los que había oído hablar —porque los rumores entre los negros corrían como la pólvora—, pero los blancos que él admiraba se podían contar con los dedos de una mano. Jamás se había sentido respetado entre ellos; sólo Mikolaj y un par de tenderos a los que les compraban bienes lo trataban como el hombre que era. El resto ni siquiera lo miraban, que para él era peor que que lo insultaran, porque de esa manera no le daban pie a que se pudiera defender.

Las recuerdo cada día, cada minuto. Tenía una mujer, Tiaret, y dos hijas: Malaika y Tamura. Cuando nos separaron, Malaika tenía cuatro años y Tamura dos. A ellas las llevaron en otro barco, no sé a dónde, pero espero que pudieran mantenerse las tres unidas —le confesó—. Ni siquiera sé cómo suena la voz de Tamura porque no pude llegar a oírla hablar; Malaika ahora tendrá diez años, será toda una señorita, y Tamura... es la niña más lista que he conocido. —La voz se le apagó un segundo al recordarla, pero se recompuso enseguida—. A Tiaret no puedo olvidarla, ni su rostro, ni su voz. Recuerdo su perfume cada vez que huelo el aroma de los árboles, y siento el calor de su piel con las caricias del sol. Aunque sé que no está conmigo, la busco en todas partes, y eso me ayuda a sentirla cerca de mí.

Quería pasarle el brazo por la espalda para reconfortarla, para darle seguridad, pero no se atrevió porque pensó que el gesto la iba a incomodar. Al fin y al cabo, acababan de conocerse, aunque a Bakhit la historia de aquella chica le había calado hondo. En realidad, no era tan diferente a la de otros esclavos, pero ella lo contaba con una naturalidad que pasmaba.

No vio al ser oscuro hasta que Mahdi tiró de él para llegar a la puerta trasera de la iglesia. Lo miró un segundo, entre curiosos y aterrorizado, y siguió a la joven hasta la verja. Le ayudó a subir y él no dudó en hacerlo tras ella; el ramanga avanzaba rápido hacia ellos, y el esclavo sabía que no le costaría trabajo saltar el muro de la misma manera que lo habían hecho ellos.

El interior de la casita le produjo una falsa sensación de seguridad, pero lo agradeció. Si el ser oscuro quería ir a por ellos no tendría problema en ingresar, pero saber que había una pared de madera entre ellos y él ayudó a que se centrara.

He oído hablar de los ramanga —dijo con la respiración entrecortada a causa del miedo—. Dicen que sólo atacan a los ricos, que dejan a los campesinos tranquilos.

Cuando la joven se asomó por la puertecilla, Bakhit se colocó tras ella y miró también por la rendija. Se asustó al ver al ramanga sujetando la verja con ambas manos, con tanta fuerza que incluso parecía que estaba doblando los barrotes. En un momento dado, enseñó los dientes y bufó, mirando a los dos esclavos. El hombre agarró a Mahdi por la cintura, la pegó a él y la apartó de la puerta, cerrándola después con fuerza.

Nos está mirando, está mirando la casita. No te acerques a la puerta ni a las ventanas.

Soltó a la muchacha y buscó una silla para atrancar la puerta. Después, cubrió los dos ventanucos que había con sábanas y miró a su alrededor. Al fondo había un camastro pegado a la pared, lo más alejado del muro que separaba el terreno de la iglesia de la calle. Bakhit buscó la mano de Mahdi y la llevó hasta allí, instándola a que se sentara junto a él en la cama.

Nunca había visto un ramanga tan de cerca. ¿Y tú? —susurró—. En realidad, creo que nunca había visto uno. Dan miedo.

Se calló de pronto al ver que una sombra pasaba frente a una de las ventanas. Llevó un dedo índice a los labios de Mahdi para pedirle silencio y se levantó de la cama con una calma pasmosa. Caminó despacio, como un león al acecho, y corrió la sábana un poco para ver el exterior. Bakhit vio al ramanga, que lo miraba fijamente y con una sonrisa siniestra en el rostro. El hombre dejó caer la tela y volvió junto a la joven.

Ha entrado en el recinto, Mahdi —le dijo, casi sin voz, mientras buscaba algo con lo que defenderse en caso de que entrara en la casita—. Vamos, vamos, alejémonos de la puerta.

Agarró un crucifijo de madera que estaba colgado en la pared y llevó a la esclava hasta la esquina más alejada de la cabaña, acurrucándose junto a ella sobre la cama.


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Mensaje por Mahdi Dom Oct 28, 2018 10:41 pm

Mahdi tenía mucho miedo, ¿por qué el ramanga los había seguido? Acababa de alimentarse y de una persona blanca, ¿por qué los querría a ellos si de seguro su sangre no era como la de los blancos? Mahdi se tomó de la mano de Bakhit y escondió el rostro en su hombro mientras rezaba en voz baja. Quería responderle que sí, que había visto uno antes, pero no podía hacerlo porque no quería dejar de pedirle a Dios que los cuidase, que apartase al demonio de ellos que nada malo habían hecho esa noche.

Se sintió mucho más atemorizada cuando Bakhit se fue de su lado, cuando se alejó rumbo a la ventana… ¡El ramanga estaba allí! Mahdi no tenía nada con lo que defenderse en su pequeño cuarto, porque tampoco sabría pelear en caso de necesitarlo.


-¿Cómo que ha entrado? Es tierra santa, no puede ser… ¿Qué quiere? –le preguntó a Bakhit, como si él pudiera saberlo-. Nos hará daño, va a tomar nuestra sangre y seremos malditos –lloró, asustada-. No me quiero morir, no aquí, no tan joven. Quiero ver a mi madre y a mi hermana, quiero que tú vuelvas a estar con tu esposa y tus niñas –le dijo y lo abrazó, como si los uniera la confianza.

Mahdi hizo silencio, algo más tarde del momento en el que él se lo había pedido, pero era silencio al fin. Cerró los ojos y siguió su rezo, aunque ya no en voz alta, sino con el corazón.

Algunos sonidos rompieron el silencio de la noche en el exterior. ¿El ramanga se iba? Mahdi esperaba que sí, que Dios la hubiese oído y le estuviera regalando ese milagro. Al cabo de un minuto se oyó una voz, ella la reconocería en cualquier sitio pues era la del severo padre Jean. Se movió incómoda, pensando que el demonio atacaría al sacerdote. Miró a su alrededor, solo para confirmar que no tenía nada que pudiese usar de arma para defender al padre Jean.


-Va a atacar a cura –le susurró a su nuevo amigo-. Tenemos que hacer algo, pobre padre Jean…

Mahdi se agachó y llegó hasta el borde de la ventana, justo cuando las voces del padre y el ramanga se mezclaban, sin que ella pudiese entender lo que decían. Levantó un poco la sábana para ver que sucedía y descubrió que ambos hombres charlaban animadamente junto a la verja de entrada. El padre Jean rió animado con algo que el ramanga le decía y lo palmeó en el hombro.

-Oh, Bakhit –dijo y lo llamó para que observase aquello junto a ella-. Creo que se conocen… ¡creo que son amigos! –exclamó, siempre en voz baja, muy sorprendida.

Debía esconder a Bakhit, por si al sacerdote se le ocurría ir hasta allí a preguntarle algo. ¿Le habría dicho el demonio que ella estaba con un hombre en su cuartito? ¡La castigaría en el momento! Bakhit no podía irse, el ramanga lo atraparía, pero tampoco podía quedarse pues le traería problemas. Oh, ella quería tanto que se quedara…


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Mensaje por Bakhit Dom Dic 16, 2018 9:00 am

Bakhit no se atrevía ni a respirar por miedo a que el ramanga lo escuchase. Seguía hecho un ovillo sobre la cama y con el crucifijo bien agarrado en una mano. No lo tenía ahí para rezar, sino porque, según había oído, a esos seres se los alejaba con cosas bendecidas o sagradas, como esa cruz de madera. En realidad, y tal y como había expresado Mahdi, el lugar donde se encontraban era sagrado y, por lo tanto, no debería haber podido siquiera entrar en el recinto, pero ahí estaba, así que nada le aseguraba que la cruz fuera a ser suficiente escudo contra el vampiro. No obstante, poco más tenía la muchacha en aquella casita, así que, llegado el caso, siempre podía darle de golpes con la reliquia.

Quiso detener a Mahdi cuando se levantó de la cama, pero no le dio tiempo a impedir que se asomara ligeramente por la ventana. Bakhit tuvo miedo de que tanto el vampiro como el cura percibieran el movimiento de la sábana en la ventana, pero al ver que nada ocurría se levantó, despacio, y se acercó hasta ella.

¿Cómo que son amigos? —preguntó justo antes de llegar a su lado.

Colocó la cabeza a la altura de la ajena y miró, mostrando sólo sus ojos y su frente a través del cristal. Vio, efectivamente, que el ramanga hablaba animadamente con el padre Jean, algo verdaderamente insólito dadas las circunstancias. Era una escena cautivadora, se mirase por donde se mirase, y al esclavo le estaba costando apartar la vista del lugar donde ambos se habían reunido.

Mahdi —susurró—, ¿qué crees que hacen? ¿Por qué crees que el ramanga ha venido hasta aquí? Creo que no es casualidad, que ha venido a ver al padre Jean y él ha salido a su encuentro. Es como si hubieran pactado verse en algún momento antes de esta noche, pero, ¿por qué? —preguntó, realmente confundido—. ¿Por qué querría tener tratos con seres como ellos?

El miedo a ser descubierto allí, en el cuartito de Mahdi, fue superior a su curiosidad, así que se deslizó hasta quedar oculto por la pared y volvió, agachado, hasta la cama. Se sentó en el borde y pensó en las posibilidades que le quedaban. Salir por donde había entrado no era una opción, pero, tras echar un vistazo rápido a la casita, supo que era el único sitio por donde podría salir. Quedarse allí, sin embargo, tampoco era buena idea, porque, si lo descubrían, ambos —sobre todo Mahdi— se meterían en serios problemas.

¿Qué hago? —lanzó la pregunta siguiendo el hilo de su razonamiento—. Si salgo ahora me verán, pero si me quedo y me descubren te meterás en un lío. No quiero darte problemas, Mahdi, no quiero que te castiguen por mi culpa. —Tragó saliva—. ¿Hay alguna puerta por la que pueda salir? ¿Alguna ventana o trampilla?

Miró a su alrededor buscando alguna de las dos cosas, pero no vio nada que hubiera a la vista. Sólo ella tenía las respuestas a sus preguntas, pero debía encontrar una vía de escape por si las cosas se torcían. Se levantó y observó la cama; era lo suficientemente alta como para permitir que un cuerpo se escondiera debajo, pero, ¿sería el suyo del tamaño correcto para caber ahí dentro?

Sin pensarlo mucho, Bakhit se tumbó boca arriba en el suelo y se deslizó hasta meter parte de su cuerpo debajo del colchón. Entraba, sí, pero no de manera holgada. Llegado el caso, no obstante, le serviría para esconderse y salir airosos de la situación.

Si entran —dijo, saliendo como pudo de debajo de la cama—, me meteré aquí. Espero que no me encuentren. Según dicen, los ramanga tienen un oído exquisito —se levantó y buscó a la muchacha—, pero es lo único que se me ocurre, Mahdi.


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Mensaje por Mahdi Vie Dic 28, 2018 10:38 pm

Fue solo un instante, no tenía más que eso para dedicarle a ese pensamiento tan desubicado en un momento de incertidumbre como el que vivían, pero Mahdi reparó en que no le resultaba nada incomodo estar tan cercana a un hombre como estaba con Bakhit mientras miraban por la ventanita.

-El padre Jean tiene amigos raros –susurró, culposa de estar contando algo así-. A veces se reúne con ellos todavía más tarde… Lo he hablado con el padre Francis, él es mucho más comprensivo que el padre Jean, y me ha dicho que no debo temer, que son personas que trabajan cuidándonos de los demonios… pero ahora no sé qué pensar.

Cuando él se alejó de la ventana, Mahdi lo hizo también, solo por el placer de no tener que decidir, sino solo seguir a alguien más. Lo más inteligente habría sido seguir vigilando la situación, pero ella no pensó en eso.

-No hay nada más, Bakhit –le confirmó y se admiró de la rapidez con la que el hombre desaparecía debajo de la cama-. No sé qué plan debemos seguir, me siento tan culpable de que te hayas quedado encerrado aquí. No quiero que tengas problemas –le dijo, preocupada, aunque sabía que siendo liberto nada podían hacerle, el castigo caería sobre ella.

Mahdi quería sentarse a su lado y darle la mano como ya había hecho hacía algo de una hora, pero la puerta de su casilla retumbó y sin pensarlo Mahdi corrió para presentarse ante quien fuera que llamaba. Tarde pensó en que podía ser el ramanga, pero ya había abierto la puerta para descubrir al padre Jean.


-Buenas noches, Padre –dijo, tragando con dificultad, intentado pensar alguna excusa que justificase la presencia de Bakhit allí, pero al mirar hacia atrás descubrió que el liberto había logrado esconderse a tiempo.

-Madhi, ha venido un vecino a quejarse de ruidos que provienen de aquí. ¿Qué haces todavía despierta? –la regañó, con su habitual gesto duro.


-He llegado de la despedida de Tuor. El padre Francis me ha dado permiso de ir, me ha dado una cruz de madera para que ponga en manos del negro Tuor… para que lo entierren con ella.

-Francis… bien –dijo el hombre, que no ocultaba las diferencias de criterios que tenía con su colega, pero Jean era un invitado en aquella iglesia, quien daba las órdenes en verdad era el otro sacerdote y Mahdi lo sabía-. ¿Y estás sola? Me han dicho que oyeron voces –dijo y miró por sobre el hombro de la esclava.

-Otro esclavo me ha acompañado, le quedaba de camino a la casa de sus dueños. Es que la ciudad se pone peligrosa a esta hora –justificó-. Pero ya me aprontaba a dormir, mañana debo limpiar los ventanales y fregar los escalones porque con la tormenta…

-Sí, sí, eso no me importa. Tranca la puerta y métete ya en la cama, Mahdi –ordenó y se alejó sin darle la bendición, no la creía merecedora por ser africana.

Mahdi cerró la puerta suavemente, trancó como el padre le había dicho, y se llevó ambas manos al pecho. El corazón le latía muy fuerte a causa de las mentiras que había dicho en la cara del padre Jean. Caminó unos pasos y se arrodilló junto a la cama:


-Creo que es mejor que te quedes hasta que salga el sol, a los ramanga el sol les da miedo.


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Mensaje por Bakhit Mar Ene 15, 2019 4:29 pm

El hueco que quedaba debajo de la cama no era lo suficientemente grande como para que alguien con la envergadura de Bakhit pudiera pasar mucho tiempo ahí, pero sí lo suficiente para retenerlo los minutos que los invitados pasaran en la casita de Mahdi. Tenía que intentarlo, puesto que, si lo atrapaban ahí dentro, el castigo para ella sería terrible. ¿Una joven soltera compartiendo habitación con un hombre y, además, en un camposanto? En aquellas tierras, eso era un pecado mayor, Bakhit ya lo había aprendido, aunque no por propia experiencia.

Por suerte, había hecho bien en buscar un lugar en el que ocultarse, llegado el caso. La puerta tembló y el liberto corrió para volver a meterse debajo de la cama. Casi sin respirar, Bakhit escuchó la conversación que tuvieron la joven y el padre Jean. Aunque no fue muy larga, los minutos para él pasaron lentos como años enteros. No le gustó la forma en la que el cura hablaba a Mahdi, pero allí no tenía potestad para recriminarle nada. Ni allí ni en ningún lugar de París, en realidad. El color de su piel hacía que su opinión valiera menos que nada; Mikolaj era el único que lo tomaba en serio y, sólo por eso, Bakhit se sentía afortunado.

Escuchó que cerraba y trancaba la puerta, lo que le produjo un alivio inmenso en el pecho. Ya no corría riesgo de que lo atraparan, al menos aquella noche, pero luego se dio cuenta de que no podría salir hasta el día siguiente. La joven, que se acercó a la cama y se arrodilló junto a ella, confirmó sus sospechas.

Ese es el menor de los problemas —dijo.

Sonrió para quitar importancia al asunto y volvió a salir. Se quedó sentado en el suelo junto a Mahdi con las piernas cruzadas y los codos apoyados en las rodillas.

Me temo que sí. Si salgo ahora, o el ramanga o el padre Jean pueden verme, y terminarás metida en un buen lío. Puedo dormir en el suelo, con una manta para el frío y otra doblada para apoyar la cabeza bastará.

Se levantó y miró a su alrededor. Sobre una silla, había una manta doblada que estiró para poder ver su tamaño. No era excesivamente grande, pero le daría para poder tumbarse sobre ella y cubrir su cuerpo. Lo único que encontró para apoyar la cabeza fue un cojín que había sobre esa misma silla. Eso debía bastar.

Estoy listo —anunció, sonriente, y se acercó hasta ella—. No te sientas mal por esto, está siendo una aventura emocionante. ¿Quién iba a pensar que veríamos un ramanga tan de cerca? Ese puede ser nuestro secreto.

Por un momento, se alegró de tener algo en común con ella, un secreto que sólo ellos dos conocían y que los unía mucho a pesar de que acababan de conocerse. «Gracias, Tuor, gracias por darme la oportunidad de conocerla», pensó.




FIN DEL TEMA


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