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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Kala Bhansali Lun Jul 03, 2017 2:47 pm

Habían pasado días desde la noche de luna llena donde todo su mundo se había truncado sin remedio. ¿Qué había hecho ella, en ésta o en otra vida, para merecer algo así? Primero había sido su familia, sus padres y sus nueve hermanos, separados todos por miles de kilómetros, en caso de que siguieran vivos. Kala había perdido mucho siendo una niña, y esas pérdidas habían sido, en gran medida, las causantes de que la Kala del presente fuera cariñosa por un lado —porque siempre había sido así— y reservada por el otro. Su ya no tan secreta historia había permanecido enterrada en su mente y en la de su tío durante años, y no fue hasta que ese hechicero la descubrió, de una manera completamente accidental, que empezara a confesar sus orígenes a las personas más allegadas, y, también, a las no tan allegadas, pero importantes en su vida, de una manera o de otra. Pero, el hecho de que lo hiciera no implicaba que no tuviera sus temores al respecto. No sabía en quién podía confiar; todos le decían que no abrirían la boca, pero en un mundo en el que la información era casi más poderosa que el dinero, poco le importaba a ella que juraran y perjuraran que guardarían silencio. Kala era una mujer que se fiaba más de los hechos que de las palabras, y ese nivel de complicidad lo había alcanzado con contadas personas, una de ellas Emhyr, que, al igual que sus hermanos, había desaparecido de su vida de la noche a la mañana. Literalmente.

Las heridas de su espalda todavía no habían sanado del todo, pero ya podía levantarse de la cama y moverse casi con normalidad. Era consciente de que un humano corriente no se podía haber recuperado en ese período de tiempo tan corto, pero tenía miedo de preguntar los métodos que habían usado para curarla. Ni siquiera se había atrevido a mirar las marcas de garras que cruzaban en diagonal desde su hombro hasta la zona baja de las costillas, y cada vez que recordaba el dolor que precedió a la pérdida total de la consciencia se le revolvía el estómago. Tenía miedo, mucho, pero no se atrevía a hablar con nadie sobre lo que la atormentaba por el simple motivo de que todos la veían bien. ¿No se daban cuenta, acaso, de que “estar bien” era algo que le quedaba muy lejos? Parecía que el simple hecho de salir de la carreta era un signo de recuperación tan irrefutable como empezar a comer después de un episodio de vómitos. No, nadie se dio cuenta de la mirada perdida de Kala, de cómo intentaba escaquearse cuando se juntaban más de dos personas a su alrededor, de las horas muertas que pasaba rompiendo palitos en la puerta de su carreta, ni del poco caso que hacía a los niños que corrían donde ella para saludarla. Kala no era Kala, pero eso parecía no importar demasiado. Estaba recuperada, ¿no?

Por primera vez, la carreta se le quedaba pequeña. Los colores de las paredes le saturaban la vista, el olor a canela el olfato, y por mucho que abriera cada ventanuco que tenía no conseguía ventilar la pequeña estancia. Necesitaba salir de allí y, aunque no necesitaba una excusa para ello, decidió que se llevaría unas cuantas prendas al río; así, de paso, intentaría entretener su mente haciendo algo tan cotidiano como la colada. Cruzó el campamento con un cestillo bajo el brazo, rechazando la ayuda que todo el mundo quería prestarle y llegando, al fin, al riachuelo que corría cerca del campamento. Eligió un sitio fuera de la vista de las carpas y carretas, rodeada de unos setos y algunos árboles. La clave era que no la vieran, así no la molestarían y podría disfrutar —en la medida que su cabeza le dejara— de un rato al aire libre y, sobre todo, a solas.

O tal vez no.


Última edición por Kala Bhansali el Sáb Oct 28, 2017 7:39 am, editado 2 veces
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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:24 pm

Una cosa debía quedar clara: Miklós no había elegido encontrarse, aquel día, con Kala Bhansali. No sólo eso: por mucho que apreciara a la gitana, incluso con su anormalidad sentimental (otro nombre para apatía casi total, pero ¿a quién no le gusta un buen eufemismo?), Kala apenas se había pasado por sus pensamientos desde que se habían reencontrado, pero no por falta de interés, en absoluto, sino por circunstancias mayores. Lo que le había sucedido a Miklós en ese tiempo era que se había reencontrado con su hermana Imara, lo cual había puesto su mundo patas arriba, nada más y nada menos. Pese a que para un hombre de naturaleza distinta a la suya sería mucho más perturbador el estilo de vida que Miklós llevaba a diario hasta el extremo, ese de cazarrecompensas que soporta cualquier tipo de golpe con tal de ser el último que se caiga al suelo de dolor, él nunca había sido un hombre común, y ni siquiera pasado el medio siglo iba a empezar a serlo, por descontado. Así pues, ante tal huracán emocional que había sentido (¿no era eso lo que buscaba, acaso? ¿Sentir? ¿Y para eso se refugiaba en el dolor y bla, bla, bla? ¡Qué fraude estaba resultando ser el Rákóczi rebautizado como DeGrasso...!) y que aún estaba dejando secuelas, Miklós hizo lo que mejor sabía hacer: huir. En un segundo plano muy cercano se encontraba, como otro de sus talentos, el autodesprecio salvo por esos ocasionales ramalazos de orgullo de su familia materna, pero en las circunstancias que lo atañían en aquel preciso instante, lo que nos interesaba era su capacidad de huida, que lo llevó lejos del centro de París y en dirección a los bosques de las afueras. Una vez allí, se transformó en pantera, la forma que más suya propia era y que más le permitía liberarse (hasta sin saber que era eso, precisamente, lo que necesitaba), y a partir de eso vagabundeó y... bueno, el resto es historia.

Para resumir la historia debemos remontarnos a ese momento en el que la enorme y bella pantera negra bebía del río, ignorando la presencia de Kala Bhansali hasta que escuchó un ruido y la vio a lo lejos, asustada. Con paso felino, lento y elegante, y el lomo lo más rebajado posible, Laborc (nunca mejor dicho) se acercó despacio a ella, permitiendo que lo identificara como el animal que él mismo le había dicho que era, pero Kala parecía intranquila, y no se lo dijeron precisamente sus ojos, sino más bien el olfato del animal, que lo captó antes incluso que a ella: miedo. Su instinto animal se creció ante esa sensación, y Miklós se sintió perder un poco el control porque eso, el miedo, era lo que hacía que los animales atacaran y se volvieran locos, como estaba a punto de pasarle a él. Así pues, Miklós se vio obligado a transformarse de nuevo en humano, en un humano con aspecto particularmente descuidado que la límpida pantera no había dejado traslucir, y que, desde el punto del río en el que se encontraba, con el agua hasta las rodillas, se trasladó hacia ella. Sin embargo, no lo hizo como un humano normal, de forma incluso torpe, sino que aún mantenía la elegancia de la pantera en la que ella lo había visto transformarse sin despeinarse lo más mínimo, quizá porque la transformación había sido muy repentina o quizá porque, al ser tan pantera, Miklós Laborc también podía tener esa elegancia animal en situaciones normales. Fuera cual fuese el motivo, el húngaro terminó sentado junto a ella y con el rostro anormalmente vivo y expresivo, algo que contrastaba vivamente con el semblante torturado de ella. – Has conocido a Laborc, la pantera. No quería molestar, no sabía que estabas aquí y yo estaba vagabundeando. – se excusó y, a continuación, frunció el ceño. – ¿Qué te inquieta? Pareces intranquila. ¿Va todo bien? – preguntó.

Y, efectivamente, el hecho de que se estuviera mostrando tan cordial y receptivo, más allá del cariño que era obvio que sentía por Kala, ya era una indicación en sí misma de que era el propio Miklós el que no estaba bien, y también el que iba a ignorarlo para centrarse en ella y en ayudar a una vieja amiga.
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Mensaje por Kala Bhansali Vie Jul 21, 2017 4:07 pm

No estaba funcionando. Hacer la colada no la estaba ayudando a olvidar, por mucho que Kala se esforzara en hacerlo. Frotaba cada prenda con tanto ahínco que se estaba dejando la piel, en el sentido más literal de la expresión. Los nudillos le estaban empezando a escocer, y sólo el frío del agua del río conseguía mitigar un poco el dolor y la rojez. La pastilla de jabón tampoco estaba teniendo su día de suerte; la gitana la frotaba igual de fuerte, sacando una cantidad tan grande de espuma que era difícil de aclarar después. ¿Y todo para qué? La incertidumbre de lo que pasaría seguía ahí, abrumándola y consumiéndola poco a poco.

En su empeño por dejar la ropa lo más límpida posible, arqueó la espalda más de lo normal, sintiendo las heridas tirantes bajo la venda. El ramalazo de dolor la obligó a cerrar los ojos fuertemente, aguantando la respiración para no soltar un quejido en voz alta, aunque fuera lo que necesitara realmente: gritar tan fuerte que le doliera la garganta durante días. Dejó la pastilla junto a ella, pero dejó la camisa dentro del agua, viendo cómo la corriente arrastraba parte de la espuma. ¿Por qué no gritar, si eso ayudaba a deshacer el nudo que sentía en el pecho? Miró hacia atrás un segundo, y cuando se volvió hacia el río cogió aire profundamente, pero lo soltó de golpe al sentir una presencia cerca de allí. ¿Lo había sentido porque estaba realmente cerca o porque algo había cambiado dentro de ella?

El chapoteo del agua la hizo mirar en esa dirección, y fue entonces cuando vio a una bellísima pantera acercarse tranquilamente. No podía negar que, hasta que la identificó, se asustó hasta el punto de que olvidó todos sus otros problemas. Le costó darse cuenta de que no había panteras en París, y que la reciente confesión de Miklós sobre su forma felina predilecta encajaba demasiado bien con aquel animal. Dejó que se acercara sin quitarle ojo; era demasiado bonita como para hacerlo. A pocos pasos cambió su forma y pudo ver al húngaro, del que tampoco quitó ojo en el tiempo que tardó en sentarse junto a ella. Le resultaba muy difícil no mirarle, sobre todo cuando lo tenía tan cerca.

No molestas —dijo mientras movía la camisa dentro del agua, quitando así parte del jabón—. Además, el río es de todos, así que, aunque quisiera, no podría echarte, ¿no? —Sacó la prenda levantando los brazos, de manera que el agua sobrante cayó en cascada volviendo así a su cauce. La observó caer antes de volver los ojos hacia él—. Tu forma de pantera es impresionante, y muy hermosa.

Dejó de mirarle para seguir con su tarea de manera algo más suave esta vez. Su espalda y sus brazos se lo agradecieron, pero los que realmente lo notaron fueron sus nudillos. Con esa postura más relajada podía parecer que nada le pasaba, como si la presencia de Miklós hubiera ahuyentado sus fantasmas. La realidad, sin embargo, era bien distinta: en cuanto dejó de mirarle todos sus pensamientos volvieron a su mente, incomodándola en su interior. Asintió con una leve sonrisa ante la pregunta, intentando quitar importancia a sus asuntos, pero ¿a quién quería engañar? A Miklós, desde luego, no. Era el único que se había dado cuenta de que no estaba bien, quizá porque no la había visto en su peor momento, aquel en el que estuvo a punto de dejar ese mundo. Si se comparaba a la Kala de entonces con la de ahora, era evidente la mejoría física, pero era precisamente en el ámbito físico donde la gitana no tenía problema alguno, salvo el dolor que todavía no había remitido.

Dejó de frotar y mantuvo los ojos fijos en un canto del fondo del río antes de girar el rostro hacia el cambiante, aunque todavía sin mirarle. Levantó la mirada y se encontró con la de él, tan azul como el agua donde todavía tenía las manos metidas y entumecidas.

En realidad no. No estoy bien —dijo bajito, casi en un susurro, como si, en el fondo, no quisiera que él la escuchara. Algo que, de no ser él un cambiante con uno de los oídos más fino de París, hubiera funcionado, o, al menos, en parte. Suspiró—. Miklós… —Sacó la camisa del río y la escurrió si mucha fuerza, dándose tiempo a sí misma mientras pensaba si hacerle la pregunta o no—. ¿Qué sabes de los licántropos? —dijo finalmente, temerosa de levantar la mirada.
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 3:42 pm

No quebró su paz porque no la había sentido, y ni siquiera había sido necesario acudir al desarrollado instinto de la pantera para notarlo en cuanto la había visto, una consecuencia notable de conocerla. No se atrevía a llamarlo ventaja porque ni siquiera él era tan insensible, pese a que esa palabra hubiera servido hasta hacía unos pocos días para definirlo casi por completo, para alegrarse por la desgracia de alguien que lo importaba y de poder captarla; no obstante, tampoco lo llamaría maldición. En la escala de grises en la que se movía Miklós Laborc DeGrasso, muy Laborc al estar recién vuelto de su estado de pantera, su actitud encajaba perfectamente, de forma tan fluida que los movimientos confusos de Kala al lavar la ropa destacaban vivamente, como si necesitara también esa confirmación para darse cuenta de que no, no estaba bien en absoluto. Sin embargo, permaneció en silencio mientras ella se movía, le permitió dominar el terreno en el que él se había inmiscuido (que sí, que el río podía ser de todos, pero él era un animal territorial y sabía perfectamente cuándo invadía los ajenos) y aguardó, con una paciencia que dio sus frutos. Aun así, cuando recogió lo que su presencia había sembrado, el sabor que llegó a sus labios no fue en absoluto dulce; metáforas aparte, la preocupación de Kala se había plasmado incluso en sus palabras, aún más que en su gesto, y en vivo contraste con la negativa de ella a mirarlo, él sí lo hizo, con atención y los ojos algo entrecerrados, buscando... ¿qué? ¿La causa de aquel interés anormal que sentía por los licántropos? Su aura seguía siendo la misma, la de gitana y la de Kala, ambas muy familiares para él por separado y todavía más juntas, porque le pertenecían tanto como su nombre y su rostro. Entonces, pues, ¿cuál era el problema...? ¿Por qué preguntaba? ¿Por qué parecía que fuera cosa de vida o muerte saber la respuesta? ¡Maldita fuera la preocupación en la que se sumergió como la camisa de Kala en el agua del río...!

– Bastante. – respondió, apañándoselas para sonar tan tranquilo como aparentaba estarlo, sin rastro alguno de la preocupación que sentía por ella. Y no por el motivo que tal vez Kala pensaba, por alguna posible infección, sino porque ella lo estaba pasando mal y eso, para él, ya era motivo de sobra para estar inquieto, en especial si ya de por sí se encontraba intranquilo por la vuelta de su hermana y todo lo que ella había traído aparejada. – Mi padre es un licántropo, pero no es algo que se transmita a los hijos. Durante mi infancia, mi madre convivió con ellos, y por tanto yo también; son inofensivos durante la mayor parte del mes, pero las noches de luna llena se vuelven bestias sedientas de sangre y fuera de control. Son fuertes, salvajes, más monstruos que animales, y una de las bestias que más persigue la Inquisición. Qué más... Ah, odian la plata, como nosotros. – resumió, pensativo, y a continuación la miró. A cada palabra suya, había notado que Kala se tensaba un poco más, hasta el punto de dejar caer la camisa al agua; rápido, con esos reflejos animales suyos y con la elegancia de la pantera impregnando aún sus movimientos, la sostuvo antes de que se empapara de nuevo por completo y la guardó en el cesto de Kala, con el ceño vagamente fruncido. A cualquiera que lo hubiera conocido en los tiempos más recientes, esa expresividad le parecería un mundo viniendo de él; a ella, que lo había conocido en momentos mejores, seguramente no le diría tanto, o quizá sí que le hablaría del autocontrol que estaba viéndose obligado a ejercer para no preocuparse aún más de lo que ya estaba. Quién sabía; desde luego, él no, pero sospechaba que, estando Kala tan enajenada por la preocupación, no se fijaría en ese detalle sin importancia por parte de su interlocutor. – Con lo mío se nace, con lo suyo no. ¿Quieres saber de eso, Kala, o cómo matarlos y cuáles son sus debilidades? ¿Qué te pasa por la mente? Algunas veces los ataques de licántropos suponen contagio; otras, muerte; en los casos restante, heridas y ya está. No por ser herido se convierte alguien en esa bestia, ¿sabes? Hay un proceso. – explicó, con el acento húngaro empañando sus palabras y el ceño, ahora sí, fruncido del todo.

La situación no era fácil para Miklós, que de pronto se estaba descubriendo deseoso de liquidar a un licántropo si es que la había atacado o de zarandear hasta el hartazgo a quien fuera que le hubiera metido en la cabeza la idea de que podía estar infectada... estando, por cierto, perfectamente gitana. Como siempre.
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Mensaje por Kala Bhansali Sáb Ago 12, 2017 7:24 am

Por un momento, lamentó haberle hecho aquella pregunta. Deseó que no supiera nada sobre ellos, o que, al menos, sólo pudiera decirle lo que todo el mundo sabía: que se transformaban en luna llena. Punto. No quería que le hablara ni de sus debilidades, ni de sus cambios de carácter, aunque muchas de las cosas que él le contaba ya las conocía, precisamente de manos del mismo que le había dejado un bonito estampado en la espalda… Aunque sólo fueran sospechas, había tenido tiempo de sobra para pensar y relacionar esos ojos dorados con el rostro humano al que pertenecían, y ella ya sabía dónde los había visto antes. Pero no, Miklós sabía muchas cosas sobre ellos y lo demostró contestando a su pregunta de manera detallada, aunque resumida. Cada palabra que salía de su boca le confirmaba a Kala que, si alguien podía solventar todas sus dudas, ese era él. El problema era que ahora no estaba tan segura de querer saber qué le deparaba su futuro cercano.

Todo su cuerpo estaba en tensión y en una postura en la que sintió que sus piernas empezaban a dormiséle. Mientras él guardaba la camisa, se dejó caer hacia un lado y apoyó el peso del cuerpo sobre una mano. Se frotó los ojos con gesto cansado y después pasó los dedos entre el cabello, peinándolo hacia atrás. Respiró hondo y se llevó la mano libre al vientre. Había un proceso, eso también lo sabía, pero desconocía completamente lo que se sentía mientras se estaba llevando a cabo. ¿Estaría ella pasando por aquello? Según le había dicho, no todos los ataques terminaban con contagio, y ella, desde luego, no estaba muerta; todavía cabía la posibilidad de que sólo terminara con unas feas cicatrices en su cuerpo, recuerdo de una época que, aunque tuvo sus momentos trágicos, también los había tenido buenos.

No pensaba dedicarme a matarlos —comentó, intentando sonreír.

Por muy preocupada que estuviera, había visto el gesto de Miklós y supo que algo había alterado su mente. Suponía que ya era tarde para hacerle ver que no pasaba nada, así que quizá lo mejor sería contarte toda la historia, o, al menos, la parte relevante, y ver qué tenía que decir. Él, que había vivido con licántropos, podía darle la información que necesitaba si, llegado el caso, resultaba estar infectada. Estiró las piernas hacia delante y se acarició los muslos por encima de la falda, recopilando todas las ideas que saltaban por llamar la atención. Tenía que ordenarlas antes de poder relatárselas, porque era tal el caos que había en su cabeza que ni ella misma sabía qué había pasado antes de que. Tragó saliva, tomó aire y miró al frente.

Dices que no todos los ataques terminan convirtiendo, ¿verdad? Que algunos sólo salen heridos, nada más. —Lo miró con los ojos vidriosos en una mezcla de miedo y esperanza—. ¿Hay alguna forma de saber qué ataques son los que terminarán transformando? Es que… —Se calló de pronto, mordiéndose el labio inferior con fuerza. ¿Por qué le estaba costando tanto decírselo, si todo el campamento lo sabía ya? No tenía nada que ocultar y, aunque lo tuviera, él lo terminaría descubriendo, estaba segura. Quizá, simplemente, temiera una sarta de reproches de su parte. De cualquier otro le hubiera dado igual, pero no de él—. Estuve en el bosque la noche de luna llena. Sé que no debería haber ido, lo sé, y no hago más que preguntarme por qué demonios no salí de allí antes. Así que, te pido, por favor, que no me des el sermón con eso porque ya me lo he dado yo sola. —Hinchó los pulmones antes de continuar—. Me hirieron en la espalda, y por el dolor sé que son enormes y profundas, pero no me atrevo a mirarlas, como tampoco me atrevo a preguntar qué hicieron para curarlas. —Miró sus manos un segundo: tenía los dedos entrelazados y los nudillos blancos como montañas nevadas—. Has dicho que hay un proceso. ¿Sabes cómo es?

Le temblaba tanto la voz que parecía que en cualquier momento iba a echarse a llorar. Probablemente fuera eso lo que terminara haciendo, independientemente del veredicto de Miklós. Llevaba tantos días guardando para sí aquellos pensamientos que, tarde o temprano, tenían que acabar saliendo a la luz, confesándoselos, seguramente, a la persona que ella menos esperaba.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:34 pm

¿Que no pensaba matarlos? Honestamente, eso esperaba Miklós: de entre todas las criaturas a las que se podía dar caza, los licántropos y los vampiros eran de los más peligrosos por su agresividad, y sobre todo eran los primeros, dada su falta de control, con los que más había que cubrirse las espaldas. Él tenía suerte porque, siendo cambiante, no podía transformarse en licántropo, de modo que las heridas y los mordiscos que había llegado a recibir de éstos habían curado y ya (sí, y ya... como si no les hubiera llevado mucho más tiempo que cualquier otro tipo de herida que se hubiera hecho). Sin embargo, si a ella la había atacado una de esas bestias, existían posibilidades alarmantes de que se hubiera transformado en licántropo, y entonces... ¿Qué? ¿Qué haría ella? Porque él tenía muy claro que, licántropa o gitana, Kala seguía siendo parte de su círculo, y éste no era tan grande para poder permitirse eliminar a gente de forma tan gratuita, en especial a alguien que estaba tan asustada como ella. Con motivo, por supuesto, pues a juzgar por sus palabras estaba tratando con una mujer convencida de que ya no era una humana como el resto; sin embargo, Miklós no percibía un aura diferente en ella, y pese a que eso bien podía deberse a que, al no haberse transformado, no le había cambiado, tenía cierta esperanza al respecto. Así pues, con más calma que ella, cosa inevitable hasta en condiciones normales, Miklós ignoró la pregunta y le hizo un gesto para que se diera la vuelta y le enseñara la espalda. Kala, aún temerosa, se negó, pero Miklós dibujó su expresión más insistente y ella terminó por ceder, de modo que se encontró a merced de un húngaro que apenas la estaba tocando, pues únicamente rozaba sus brazos, por encima de los codos, para que ella captara su cercanía y se relajara un tanto.

– Tiene que haber un mordisco. Sospecho que el veneno se encuentra en los dientes de esas bestias, o quizá en la saliva y tiene que hacer contacto con la sangre y la carne de la persona a la que ataca, pero la maldición se transmite a mordiscos. – explicó, y sólo entonces comenzó a acariciar la tela de las ropas de Kala, con delicadeza impropia en alguien como él pero a la vez muy apropiada en un felino, y ¿acaso no era eso Miklós por encima de todo lo demás? La tela, pues, ni siquiera rozó las heridas, que quedaron a la luz ante los ojos sorprendidos del magyar, que no pensaba que Kala hubiera podido sobrevivir a algo como eso y estar tan entera como, pese al miedo, se había mostrado ante él. Vaya una manera de sentir algo era esa... – Por lo que veo, a ti solamente te arañaron. No me entiendas mal, no digo sólo como si esto fuera una herida diminuta o algo de lo que te puedas recuperar fácil y sin consecuencias, pero... no hay mordisco que yo vea. Eso, sumado a que tu aura está como siempre, me hace pensar que no estás infectada. Aun así, tienes que cuidarte esos zarpazos... Se parecen a los que te podría hacer yo si no fuera un cambiante bien educado. – concluyó, con la extraña necesidad de hacer algo parecido a una broma al final, justo antes de volver a tapar la espalda de Kala y que ésta quedara cubierta por la tela. Sospechaba que el aire límpido y fresco de la noche le había hecho mejor a las heridas que el continuo roce con la prenda que, pudorosamente, ella se obligaba a portar, pero no iba a obligarla a desnudarse ante él ni ante nadie, por mucho que fuera por su bien, mientras estuvieran en público. Tal vez en privado otro gallo cantaría, pero eso tendrían que descubrirlo en otra ocasión.

– ¿Tienes alguna otra herida que pueda tener parecido a un bocado? Porque, de lo contrario, estás herida, pero no vas a transformarte ni nada de eso. – concluyó, repitiéndose únicamente porque creyó que eso la tranquilizaría, y a continuación apartó los cabellos azabache de Kala de su espalda, de modo que ese peso, por escaso que fuera, no contribuyera al dolor que, estaba seguro, aún seguía sintiendo la ceilanesa que, hacía tiempo, se había entregado a él físicamente como él lo empezaba a hacer un poco emocionalmente. Aunque sólo fuera por el hecho de que se refería a ella como una amiga y como alguien a quien deseaba proteger, que eso siendo Miklós ya era un acontecimiento digno de tenerse en cuenta. – No voy a echarte ningún sermón, preciosa, tendría que empezar preguntándome a mí mismo qué hago en la mitad de sitios a los que voy y no terminaría nunca. Pero sí quiero saber más del licántropo en cuestión. ¿Lo conoces? ¿Es alguien importante para ti? ¿Vas a plantearte que, tal vez, debas alejarte por tu propia seguridad...? – inquirió, al tiempo que ella se giraba y él mismo cruzaba los brazos sobre el pecho, endureciendo su expresión al mismo tiempo que lo hacían sus pensamientos, los cuales, finalmente, compartió con ella. – ¿Es alguien de quien quieres que me ocupe? Porque podría hacerlo. Simplemente tendrías que decirme quién es, y me aseguraré de que pague por haberte herido y por asustarte creyendo que te ha ensuciado con su maldición. – se ofreció, totalmente en serio.

Tal vez Miklós no le hubiera dicho nunca a Kala que se dedicaba a eliminar a indeseables y a golpearlos como estilo de vida, y que había evolucionado de engañar mujeres a eso, pero por mucho que ella no lo supiera, sí que sabía que Miklós hablaba en serio, y también que podía cumplir, sin problema, eso que le había ofrecido.
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Mensaje por Kala Bhansali Sáb Sep 16, 2017 10:22 am

Un mordisco. Tenía que haber un mordisco para que sus peores temores se hicieran realidad. ¿Sería ese su caso? Estaba tan asustada desde que se dio cuenta de lo que le había pasado que nunca se atrevió a mirar las heridas de su espalda. Ahora se arrepentía de no haberlo hecho, puesto que tenía que esperar a que Miklós las examinara para que le diera su opinión. Tenía una pequeña esperanza de que fueran sólo arañazos, pero, ¿qué iba a hacer si resultaba que el lobo le había pegado un bocado? Aunque había estado pensando en eso cada segundo de cada día desde el incidente, no estaba preparada para convertirse en un licántropo. No, ni deseaba ser uno ni lo necesitaba, como había sido el caso de Emhyr. Pensó en él de manera fugaz porque cada vez estaba más convencida de que habían sido sus garras las causantes de aquello. ¿Dónde estaba él cuando más le había necesitado? Desaparecer era algo tan habitual en el otomano que Kala ya no se extrañaba de no encontrarlo por ningún lado, pero no por ello le dolía menos. Estaba claro que en el ámbito sentimental eran polos opuestos, y eso sólo les había traído sufrimiento a ambos. Quizá él tuviera razón y la gitana estaría mejor alejada de su mundo, pero se negaba a creer algo así. Estaba convencida de que tenía que haber una manera, solo que aún no había dado con ella.

Todavía reacia, se giró para darle la espalda a Miklós y comenzó a desabrocharse los botones de la camisa. Sintió el roce delicado de las manos del felino sobre sus brazos y la piel se le erizó. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se desnudó para él que abrirse la camisa lo justo para que le viera la espalda fue, para ella, casi como la primera vez. ¡Pobre Kala! No sabía si estaba más preocupada por sus heridas o por el hecho de que la volviera a ver semidesnuda. Se sonrojó, pero, por suerte, la luz era lo suficientemente tenue como para no se notara demasiado. Además, no le estaba mirando a él directamente, con lo que tenía una ligera ventaja al respecto, o eso creía, puesto que Miklós seguro que tenía la forma de detectar esa alteración adolescente que había sufrido la gitana.

No supo si fue el contacto de la piel con el aire fresco, la seguridad de verse en compañía de alguien que realmente podía ayudarla o el mínimo roce de las manos de Miklós sobre su cuerpo, que conseguía desconcentrarla de todo a su alrededor, pero, por primera vez en muchos días, dejó de sentir esa angustia en mitad del pecho. Respiró hondo, disfrutando de esa sensación tan placentera que ya no recordaba, hasta que el húngaro volvió a cubrir su espalda con la camisa. Cuando sintió el roce de la tela sobre las heridas se dio cuenta de que no sería muy descabellado para su salud dejarlas al descubierto. No iba a hacerlo en ese momento, claro, pero esa noche quizá durmiera sin el camisón. No estaba acostumbrada, pero igual hasta le gustaba, quién sabe. Acarició con las yemas de los dedos la mano de Miklós cuando le echó los cabellos hacia delante y la sujetó con suavidad después, durante un par de segundos, como forma de darle a entender que había entendido lo que le había explicado.

No —contestó—. Tengo otras heridas, pero son raspones o golpes. La de la espalda es la más grave. —Ahora, su voz sonaba más relajada, pero no menos preocupada. Todavía le quedaba tiempo hasta que el zarpazo se cicatrizara por completo sin miedo a que se abriera en cualquier momento. Como había dicho él, tenía que seguir cuidándose las heridas con mucho mimo—. Gracias, Mik.

Giró el rostro el tiempo justo para mirarle y seguido lo volvió hacia sus botones, que comenzó a abrochar no sin cierta lástima. Estar con la piel descubierta, allí, solos y apartados del resto, le recordó a sus encuentros del pasado que, debía admitir, echaba de menos. Había sido una buena época aquella, sin preocupaciones de ningún tipo. Cuando cerró el último botón, colocó la camisa de manera que le molestar lo menos posible y se giró hacia él, con la intención de contestar a su pregunta. ¿Que si había pensado que debería alejarse de él? No había sido ella, en realidad, la que planteó esa cuestión, pero sí, había pensado en ese asunto en algún momento. Abrió los labios para hablar, pero Miklós se le adelantó, sugiriendo algo que al principio no llegó a entender del todo.

¿Ocuparte de…? —preguntó, pero antes de terminar la frase comprendió lo que quería decir. Sus ojos se abrieron como platos, aterrada al imaginar a aquellos dos hombres que tanto significaban para ella luchando entre ellos—. ¡No! ¡NO! —exclamó, quizá con demasiado énfasis, puesto que sólo le había propuesto hacer algo, no estaba haciéndolo en sí—. No es necesario que hagas nada de eso. En realidad, ni siquiera fue culpa suya. Era yo la que no debía estar en el bosque —dijo, intentando inconscientemente defender al lobo que, en su mente, siempre tenía el rostro de Emhyr. Kala debía ser la única persona del campamento que no deseaba verlo muerto—. Tampoco estoy del todo segura de quién fue exactamente. Sospecho de alguien, pero bajo ninguna circunstancia deseo verlo muerto, o que le pase nada de nada —aclaró con semblante serio. Se le encogía el estómago sólo de pensarlo—. Además, no le he vuelto a ver desde esa noche, así que parece que al final ha terminado yéndose. Puede que sea lo mejor.

Se llevó la mano al cuello donde siempre llevaba su piedra de jade, pero terminó acariciando el vacío que dejó cuando se la dio a él, con la esperanza de que volvieran a encontrarse para devolvérsela. Nunca ocurrió tal cosa, y cada vez que intentaba echar mano de su collar, se encontraba con la nada, lo que le recordaba dos cosas que había perdido en su vida: a su familia y a Emhyr.

Has preguntado si es importante para mí —dijo, retomando la conversación. Miró un momento al río y suspiró—. Mucho. Igual que tú, Miklós —confesó, mirándole—. Le he visto pelear contra otra gente, fue entrenado para eso y créeme si te digo que sabe lo que hace, así que no quiero verle peleando contra ti. No quiero tener que elegir a uno de los dos.

Se abrazó a sí misma. Tenía frío, pero no sabía si era por la bajada de la temperatura en el ambiente o por la oleada de sentimientos que le había invadido con todo aquello.
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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:51 pm

Miklós no era un hombre de grandes afectos, fuertes emociones, intensas sensaciones. Ni siquiera en su pasado, cuando las cosas le habían ido bien (mejor ahora en retrospectiva que cuando lo había vivido, y no por el brillo de la melancolía sino por la experiencia y la comparación con pésimas experiencias posteriores), el magyar había sido un hombre que se entregara a las pasiones y a los sentimientos intensos. Por otro lado, nunca había sido demasiado sincero, en parte porque Eszter lo había educado así, como era ella, mentiroso y lleno de trucos sucios para conseguir lo que quería, y en parte porque era un felino y, como tal, la desconfianza natural que sentía hacia su entorno lo hacía edulcorar la verdad o, directamente, transformarla, dependiendo del momento concreto en el que se encontrara. Sin embargo, y pese a que sus antecedentes dijeran una cosa, sus gestos con Kala estaban hablando de otra muy distinta, y aunque en parte tenía que ver que ella formaba parte de un pasado agradable, sabía que eso no era todo, en absoluto, lo que justificaba que cuando se ofrecía a matar a un lobo, con lo problemático que era eso, lo dijera en serio. Oh, sí, era un cambiante, pero los licántropos eran fuertes y estaban locos, así que ni siquiera en sus formas animales sería capaz de enfrentarse a uno sin recibir más de una herida y poner en peligro su integridad física. Vale que al magyar le daba igual que lo hirieran y que, muchas veces, incluso lo buscara, pero no era lo mismo pelear con otros humanos que enfrentarse a un lobo, y lo habría hecho sin dudar si ella se lo hubiera pedido... sólo que no lo hizo. Es más, su negativa fue tal que el húngaro alzó una ceja, curioso, y la observó responder y ser invadida por sentimientos de todo tipo al, sin duda, pensar en el lobo en cuestión, lo cual lo convertía en un tema complicado en el que él ni debía ni quería meterse. Sin embargo, ella lo había alentado a hacerlo desde el momento en que había pedido su opinión, así que el magyar no pudo evitar intervenir.

– No es el único. Yo también me he peleado con muchos, muchísimos, he perdido la cuenta de cuentos. Por placer, por dinero y por necesidad, un poco de todo, pero tengo experiencia, así que no me derrotaría. Además... No lo haría delante de ti. No soy tan animal. – afirmó, encogiéndose de hombros y con la misma certeza en la voz de alguien que sabe que lo que dice es cierto, mezcla del orgullo Rákóczi en sus propias capacidades como el autoconocimiento de alguien que lleva vivo más de medio siglo y que ha llegado a una etapa en la que sabe mucho, muchísimo, de sí mismo. Desgracias familiares e incapacidades sentimentales aparte, por supuesto. – Pero, si no quieres, no lo haré. De todas maneras, me alegra que no seas un lobo, y no por mí sino por ti. Es una de las especies que más problemas pasan, y la culpa si llegas a averiguar que has hecho algo de lo que te arrepientes cuando no estás del todo en tus cabales... No te la deseo. – afirmó, y una vez más lo decía en serio, pero en este caso no se la deseaba por lo que significaba Kala para él (en resumidas cuentas, un remanso de paz, aunque fuera más complicado que eso dado que él siempre estaba en guerra consigo mismo. Guerra fría, muchas veces, pero guerra a fin de cuentas) y porque ella era demasiado sensible para poder soportarlo. Él, de no haber nacido cambiante, tal vez habría sido un buen lobo, pues su capacidad de arrepentimiento no era la mejor, y estaba tan averiada como la mayor parte de sus sentimientos; sin embargo, era un buen gato, y era mucho más apropiado así, ¡dónde iba a parar! – Pero eso no voy a permitir que lo repitas. La culpa no es tuya por meterte en el bosque, sino suya por no controlarse. Hay maneras de que esas bestias se tracen áreas en las que moverse sin atacar a nadie; no hace falta ser uno de ellos para saberlo. Tú has salido herida por su culpa, no por la tuya, y no dejes que nadie te lo haga olvidar. – aseguró.

La suya tal vez era una posición moderna, pues no había más que ver que hasta la propia víctima se culpaba a sí misma por algo fuera de sus malditas capacidades, pero había vivido lo suficiente para saber que ella no era responsable de su ataque, en absoluto. Era una gitana, era nómada, por supuesto que podía terminar en el bosque; además, el lobo la apreciaba, ¿no?, o al menos ella a él sí, y sólo por eso cualquiera con dos dedos de frente habría removido cielo y tierra para evitar herirla, aunque fuera un poco... El hecho de que no se le hubiera ocurrido, siquiera, podía significar que o bien no le importaba o bien no tenía la inteligencia suficiente para preocuparse por Kala. Fuera cual fuese la opción, ella se merecía algo mejor, y hasta él parecía una posibilidad dado lo pésima que era, en su opinión, la competencia, así que sin poder evitarlo se aproximó a ella, que temblaba, y la forzó a una cercanía que para ninguno era desagradable, por los recuerdos pasados pero también por la atracción presente, que no dejaba de ser importante ni significativa. – Respeto que sea importante. No me hace gracia estar en la misma categoría que alguien que te ha herido así, pero supongo que tendré que aguantarme, ¿no? Tú no compartes ese espacio con muchos porque la mayoría me dan absolutamente igual, así que supongo que lo tienes algo mejor que yo. – bromeó (¿lo hizo?), aunque la broma se encontró en su voz, y no en su mirada, clavada en ella, o en sus labios, en una mueca que no podía considerarse sonrisa porque aún seguía pensando en el lobo, y eso le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. No pensar en él, claro, sino lo que él le había hecho a una mujer inocente. – Pero no te voy a obligar a elegir. Sé que te importo y es mutuo, debería ser suficiente con eso. – finalizó, tan cerca de ella que podía haberla besado, pero no lo hizo.

¿Por qué no lo hizo? Ni él mismo lo supo. Quizá porque sentía que, en su confusión, era aprovecharse de ella, como si no la hubiera acercado a él para que parte de su calor le fuera transmitido. Quizá porque, aquella vez, prefería no ser él quien tomara el control, como cuando se habían conocido, sino ella, si es que así lo quería.
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Mensaje por Kala Bhansali Vie Sep 29, 2017 3:40 pm

¿Estaba temblando a causa del frío o por la confusión que sentía? Podía ser un poco de ambas, pero, a decir verdad, la noche no era tan fría como para causarle ese tembleque. Kala era una mujer a la que no le importaba mostrar sus sentimientos ante cualquiera que quisiera escucharla, y, por lo general, nunca había tenido problema alguno en encontrar a alguien a quien contarle lo que la preocupara, fuera lo que fuera. Aquella vez, sin embargo, había pasado varios días con las emociones tan a flor de piel y tan invisibles para todos que había llegado un punto en el que guardarlas dentro se había vuelto insostenible para ella. De alguna manera tenía que exteriorizar lo que estaba viviendo, y estaba claro que sola no iba a ser capaz. Pero ¿quién tenía la capacidad suficiente para entenderla y ayudarla? A pesar del tiempo que llevaba en París y de la cantidad de seres sobrenaturales que la habitaban, ella no conocía a muchos y, para colmo, uno de ellos había desaparecido. Había tenido que llegar él, Miklós, una persona que hacía años que no veía pero que parecía ser el que más la conocía, para darle lo que ella tanto ansiaba encontrar.

No tuvo que hacer demasiado esfuerzo para acercarla, puesto que se dejó guiar hasta quedar tan cerca de su cuerpo que se tranquilizó al instante, igual que un cachorrito. Era tan poca la distancia que los separaba que sintió el impulso de esconder el rostro en el cuello del cambiante y dormir allí hasta la mañana siguiente, pero se contuvo a tiempo. Por un momento, se sintió muy agradecida de volver a tenerlo en su vida. De lo que quizá no se dio cuenta fue de que nunca se había ido del todo, puesto que el hueco que se labró hacía años seguía siendo suyo, y de nadie más. Fuera su intención o no, había dejado una huella muy profunda en Kala.

No hables de categorías. Sé que me importas desde hace mucho tiempo y sí, debería ser suficiente con eso —susurró sin moverse—. Tú nunca me has hecho daño, Mik, de ninguna de las maneras, y eso no es algo que todos puedan decir.

Lo dijo sin añadir nada más, dando a entender que aquellos zarpazos no eran con lo único que había sufrido. Entonces, ¿por qué había admitido que el licántropo seguía siendo importante para ella? La respuesta era fácil: porque de él se había enamorado, mientras que de Miklós, todavía, no. Si bien el cariño que sentía por él era muy intenso, Emhyr sí que llevaba ventaja en ese aspecto, la mereciera o no, y eso no era algo sobre lo que Kala tuviera pleno control. Lo que hubiera entre el cambiante y ella siempre había estado claro, desde el mismo momento en el que se conocieron. Nunca hubo promesas que cumplir, ni engaños, ni secretos a escondidas, y los dos estaban de acuerdo con ello. Esa relación tan transparente la hizo sonreír. ¿Por qué no podían ser todas así de sinceras?

Paseó sus ojos observando el rostro entero de Miklós y los detuvo, al igual que él, en sus labios, los mismos que ya había probado en su tierna juventud y que ahora volvían a tentarla. ¿Debía o no debía? Estaban tan cerca el uno del otro que una simple brisa podría empujarla lo suficiente para besarlo, y ella quería, pero, a su vez, había algo que se lo impedía. ¿Sería el hervidero de emociones que era su cabeza en ese momento o el miedo al rechazo por parte de él? Bastaba con inclinar el cuerpo, sólo eso, pero... ¿Y si Miklós sólo quería que entrara en calor, y nada más? Se maldijo a sí misma por pensar tanto en un momento en el que lo único que tenía que hacer era dejarse llevar. ¡Tan fácil como eso, y tan difícil al mismo tiempo!

Se humedeció los labios y, en un momento de lucidez, valentía, o lo que fuera, se inclinó hacia delante, rozando su boca con la ajena en un gesto tímido, tan corto que parecía que ni se había movido y que, además, no le supo a nada. ¿Qué tenía que perder? Esperó su reacción y, al no encontrar impedimentos de ningún tipo para repetirlo, lo besó de nuevo (de verdad, esta vez) y de forma más pausada. Giró el cuerpo para quedar frente a él y envolvió su rostro con las manos. Perfiló sus labios con las yemas de los pulgares y lo besó por tercera vez, buscándole con avidez, obedeciendo a esa atracción que la había estado llamando desde que se habían vuelto a encontrar y que ya era tarde para seguir ignorando. Oh, dulce tentación…

Terminó sentada a horcajadas sobre su regazo, juntando ambos cuerpos tanto como la física lo permitía y, llegado el momento, deslizó las palmas de las manos cuello abajo y lo empujó desde el pecho, tumbándolo sobre la hierba fresca, y ella sobre él. Ya no tenía frío, y esa confusión que la había asaltado empezaba a desvanecerse con cada segundo que pasaba. Volvería, de eso no había duda, y lo haría, probablemente, con más fuerza que antes, pero, hasta que ese momento llegara, Kala sólo quería tener un ratito de paz.
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Mensaje por Invitado Lun Oct 09, 2017 3:56 pm

No haberle hecho daño podía ser algo que sólo él era capaz de decir, sí, pero incluso ella podía considerarse una de las pocas personas a las que él, consciente o inconscientemente, había herido en toda su vida, y eso que ésta era condenadamente larga por su naturaleza de cambiante. Miklós, en su afán por proteger a su hermana, había causado que los dos sufrieran, lo cual demostraba que incluso en sus mejores momentos era capaz de ser destructivo a más no poder, y dado que la mayor parte del tiempo pretendía serlo... Bueno, eso hacía las cosas aún más claras, ¿no? Es decir, seguía tratándose de un tipo al que le pagaban por dar palizas y maltratar a los demás, causar dolor era tan propio de él como transformarse en un lindo gatito, o en varios, dependiendo de las circunstancias, de modo que Kala era aún más extraordinaria, si cabía, por ser una excepción a algo tan propio para el húngaro como respirar. Probablemente por eso no la había besado y le había dado la oportunidad de elegir si quería que lo hiciera o no, por eso y porque, aunque él no sintiera demasiado, comprendía los sentimientos ajenos, y no sabía si era apropiado besarla después de hablar de un licántropo que, al parecer, tenía significado para ella. No podía culparla del todo, puesto que él comprendía bien cómo se podía apreciar a alguien que había herido a uno (como ejemplo, su progenitor no de sangre, aunque la sangre fuera una constante en la vida del pirata vampiro que lo había criado a algo parecido a su imagen y su semejanza), pero lo cierto era que sus heridas nunca habían sido tan... ¿definitivas? como las de Kala, que había estado asustada incluso de convertirse en loba como consecuencia de ellas. Bueno, en fin, casos diferentes y actitudes diferentes: mientras que él se había mostrado comedido (qué raro, ¿no?, tratándose de alguien tan estoico como el maldito Rákóczi, ahora DeGrasso), ella había optado por la senda contraria y lo había besado, así que Miklós se lo devolvió. Habría sido desconsiderado no hacerlo, ¿no? Y otra cosa no, pero a él le habían enseñado modales...

A seducir a una mujer, por otro lado, no le había enseñado nadie, y había tenido que aprender a fuerza de experiencia y de muchos fallos, que habían terminado por convertirse en cada vez más aciertos. Lo cierto era que Laborc tenía un pico de oro cuando así lo quería, y entre sus rasgos afilados pero atractivo y su aire salvaje, hasta cuando se comedía, lo convertían en un hombre que había atraído incluso a la mujer que se encontraba sobre él, tan distinta como semejante a la que había desvirgado hacía ya ni sabía cuántos años. Esa familiaridad, que en la intimidad de sus pensamientos habría llegado a considerar extraña de haberse parado a pensar en ella, no lo era tanto, pues les hacía mucho más cómoda la situación a los dos, incluso encontrándose en el suelo de un bosque con ella herida y él... Bueno, él siendo él. Una ventaja que tenía su situación, no obstante, era que le permitía tragarse bien lo poco que sí sentía, en su mayoría negativo, y centrarse en las sensaciones más físicas, como el roce de sus dedos ásperos contra la piel suave de Kala o sus yemas deslizándose por los bordes de la ropa de ella para arrebatársela y que quedara expuesta a la luna y a su hambrienta mirada, tan embobada por ella como era humanamente posible. Así pues, Miklós aprovechó que ella estaba encima para aproximársele y enterrar la cara entre sus senos, los cuales rozaba tanto con los labios como con los dientes y la barba corta, rasposa, de un par de días que no había afeitado todavía. Tomóse allí su tiempo el húngaro, consciente de que no tenían ninguna prisa y deseoso de que así fuera, y mientras tanto sus manos se estaban deslizando bajo las faldas de la ceilanesa, explorando con la misma seguridad que la primera vez. Lo único que había cambiado, aparte de ellos, era que el fuego de Miklós parecía menos salvaje y más controlado, aunque no por ello menos existente, y Kala tuvo la oportunidad de recordar hasta qué punto sabía ser buen amante el magyar cuando él decidió que sus manos se encontrarían mejor recorriendo los secretos, familiares pero a la vez desconocidos, de entre sus muslos.

No habló, pero no hizo falta: en aquellas circunstancias, sus gestos eran mucho más locuaces que su voz, en caso de que hubiera decidido alzarla para arruinar algo que, de por sí, era tan intenso por su fragilidad, conocida por ambos, e ignorada también por los dos participantes en un encuentro tal vez menos fugaz de lo que los dos podían llegar a creer.
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Mensaje por Kala Bhansali Sáb Oct 28, 2017 7:36 am

Dejó que enterrara la cara entre sus senos, y no sólo le dejó, sino que, con ayuda de sus manos, lo arrimó más todavía hacia ella, como si estuviera intentando fusionarse con él. Sintió el roce de la barba sobre su piel y ésta se erizó al mínimo contacto, tal vez reavivando el recuerdo de antaño, cuando ambos eran bastante más jóvenes y sus vidas menos complicadas. No le apremió ni le apartó en ningún momento, sino que dejó que moviera las manos sobre su cuerpo y bajo la ropa, descubriendo rincones que Kala casi ni sabía que existían. Mientras tanto, ella se dedicó a desabrocharle la camisa, dejando su piel al descubierto, y acarició el torso con las palmas abiertas, de arriba hacia abajo y de vuelta en el sentido contrario, hasta su cuello. Se la notaba ansiosa, como si no tuviera muy claro qué hacer, aunque no tardó mucho tiempo en sobreponerse.

Expulsó el aire de golpe cuando sintió que los dedos de Miklós se colaban entre sus muslos. Comenzó a acariciarla de inmediato, con la energía necesaria para encenderla y la delicadeza suficiente para no necesitar pedirle que parara. Si por alguna razón había olvidado lo que era compartir el lecho con él, lo recordó en esos pocos segundos que habían compartido, y el simple hecho de pensar en que aquello sólo era el principio le facilitó mucho el trabajo a Miklós. En la medida en que el placer crecía, Kala iba perdiendo control sobre su cuerpo y se iba cayendo más sobre él, aguantándose, a duras penas, con los brazos apoyados sobre la hierba. Ahora sí, hundió el rostro en el cuello ajeno y movió las caderas arqueando la espalda con movimientos felinos, como si, de los dos,  la gata fuese ella. Hacía rato que había cerrado los ojos, dejando que fuera sólo su cuerpo el que sintiera, y ese hecho tan simple fue una de las cosas que más agradeció. El aroma del cuerpo de Miklós y el calor de su vientre la transportaron a una noche de otra época, que parecía casi otra vida. Kala pudo incluso sentir la calidez del ambiente de aquel tiempo en su piel, ¿o eso que sentía era el calor producido por las manos de la pantera? En realidad, daba lo mismo, porque ella lo sentía como una única cosa, y era eso, precisamente, lo que la hizo olvidar todo lo malo que le había pasado durante esas últimas semanas. Ya no había amores perdidos, ni heridas mortales en la espalda; estaban ellos solos, el bosque, la luna y ese cosquilleo que comenzaba a expandirse por todo su cuerpo.

Cerró las manos en un puño y tensó cada músculo segundos antes de dejarse ir, quizá en una actitud un tanto egoísta, sobre todo viniendo de una mujer como Kala, dispuesta siempre a dar al prójimo todo lo que tuviera sin esperar nada a cambio. Ella no solía ser así, pero ese día, sabiendo que todavía les quedaba mucho tiempo para disfrutar el uno del otro, no pudo evitarlo. Además, ¿quién podía asegurarles que tendrían más noches como esa? Nadie. Bien podía ser esa la última oportunidad que tuvieran, en la soledad de aquel bosquecillo, de rememorar esos recuerdos del pasado, y si eso era así, Kala no pensaba dejar escapar ese momento. Si algo había aprendido de todos sus pesares, era a disfrutar de lo que la rodeaba mientras pudiera, puesto que estaba demostrado que nada duraba para siempre.

Antes incluso de recobrar el aliento, se dejó caer y se recostó de lado junto a Miklós. Bajó una mano hasta el pantalón, acariciando la piel con las yemas, y lo desabrochó con bastante más soltura que la última vez. Ella también había cambiado, claro estaba, y ya no era la misma niña torpe que el cambiante conoció. Después de que se separaran vinieron unos cuantos hombres más, pero la gitana nunca le llegó a olvidar del todo. Incluso hubo momentos en los que se acordó de él y se preguntó a sí misma dónde estaría, creyendo de verdad que se volverían a encontrar, y mucho menos de una forma tan intensa como lo estaba siendo.

Siguió bajando la mano por dentro de la ropa hasta que encontró su objetivo, y entonces fue ella la que comenzó a masajear, con delicadeza pero también con firmeza, esperando poder dar parte de lo que ella había recibido. Estaba disfrutando de cada segundo, y eso mismo quería para él, en ese y en todos los encuentros futuros que esperaba que volvieran a tener.
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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 12:31 pm

Como buen oriundo de las llanuras húngaras y de lo más profundo del Sacro Imperio, Miklós jamás había sido un hombre de mar, y nada relacionado con la navegación le era propio más allá de las ocasionales relaciones con seres que sí bebían y vivían del océano a diario. No así el magyar, marinero de agua dulce que ni siquiera con ésta se llevaba bien, más allá de un higiene impropio de su época pero que tenía del todo que ver con que era un gato, y como tal, tenía ciertos instintos tan arraigados que nada podría eliminarlos por completo. Por ello, aunque pareciera que nada tenía sentido, Miklós sólo podía describir lo que le estaba pasando como ahogarse en ella, como si la gitana en la que se estaba enredando y a la que acariciaba como si quisiera llegarle a lo más profundo fuera un mar embravecido y él un náufrago al que le daba igual todo, salvo ella. Lo cierto era que la comparación, a su retorcida manera, no dejaba de ser cierta: no podía decirse precisamente que el húngaro fuera un hombre de grandes pasiones, o a quien le importaran demasiadas cosas salvo esas que se podrían contar con los dedos de una de sus manos si éstas no se encontraran tan ocupadas. Por otro lado, perderse en lo que le proporcionaba satisfacción era algo que el magyar también practicaba con frecuencia, y si bien solía entregarse con frenesí a la violencia, uno de sus instintos más arraigados, la carne era otro que tenía completamente desarrollado, sobre todo porque jamás se había privado de ella, como Kala había podido comprobar hacía unos años por primera vez y en aquel instante por... ¿por cuánta, exactamente? Y, lo más importante, ¿realmente le interesaba a alguno de ellos saberlo? A él, por descontado, no; su mente se encontraba completamente perdida en ella y en lo que estaban haciendo, en absorber cada una de las sensaciones placenteras que ella sentía (y que también a él lo excitaban, a las pruebas bastaba remitirse), así que no pensó en nada más, ni siquiera cuando ella se lanzó al vacío del placer gracias a él.

Nada, nada en absoluto. No carencia de sensaciones, esas las tenía demasiado henchidas, en más de un sentido, gracias a ella; tampoco carencia de emociones, aun con las limitaciones que Miklós siempre, con sus más y sus menos, había demostrado en la materia. Lo que sí brilló por su ausencia fueron los pensamientos, que no acompañaron a la inquisitiva mirada de un Miklós que siguió los movimientos de Kala con cierta atención, pero no la suficiente, y no por ella, sino por él mismo. Qué tópico resultaba que pudiera echársele en cara ese “no es por ti, es por mí” en aquel instante, ¿no?, sobre todo para un hombre como él, que no se caracterizaba por seguir lo que otros habían hecho con anterioridad. Tal vez por eso, o por la familiaridad de un encuentro que habían compartido en el pasado con indudable satisfacción para ambas partes, Miklós no consideró que eso fuera suficiente, en absoluto; su falta de pensamientos se esfumó para dar paso a uno solo, con ese tinte de dominación que a veces acompañaba a su carnalidad y que lo obligó a colocarse encima de Kala, entre sus piernas, impidiéndole seguir. Sin mediar palabra, pues no creía que hiciera falta, le eliminó la posibilidad de objetar al callarla con un beso, al mismo tiempo que sus manos se encargaban de separarle la espalda del suelo lo suficiente para que la herida no sufriera más de lo que ya había tenido que aguantar cuando se la hicieron. No creyó necesario dedicar un momento a separarle las piernas o a acomodarse entre ellas, pues la familiaridad que sentía era mutua y era lo que, precisamente, le había llevado a ella a hacer lo propio con él, guiada por un instinto del pasado que estaban repitiendo, sí, pero con un sabor diferente, y no por ello menos satisfactorio. Tampoco lo fue, por cierto, el momento en el que él se terminó de deshacer de su ropa y de la distancia que los separaba, ni mucho menos cuando se unieron por completo, entre jadeos placenteros que aumentaron a medida que los dos lo hacían.

¿Y cómo podría ser de otra manera...? Kala le recordaba a un momento mejor, a un lugar idóneo; ese sentimiento cálido, agradable, de familiaridad bastaba para curar todos los males del alma del húngaro, aunque sólo fuera por un momento, y sospechaba que a ella le ocurría lo mismo, de modo que ¿para qué plantearse nada más?
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Mensaje por Kala Bhansali Lun Nov 27, 2017 4:00 pm

Empeñada como estaba en dar lo mismo que acababa de recibir, Kala se dio cuenta de los movimientos que estaba llevando a cabo Miklós casi cuando ya estuvo encima de ella. Había olvidado por completo las heridas de su espalda, así que cuando ésta se apoyó sobre la hierba sólo sintió cómo el frescor de la misma bajaba la temperatura de su cuerpo de una manera increíblemente agradable. Más adelante, cuando ya estuviera descansando en su carreta, las marcas que le hizo el lobo la última luna llena latirían con fuerza debido al esfuerzo al que las estaba sometiendo, pero Kala ya tendría tiempo de maldecir el momento en el que se dejó desnudar y voltear por el húngaro. Aunque, en realidad, maldecir no era la palabra que probablemente definiría las acciones de la gitana, llegado el caso, para referirse a aquel encuentro.

Su cuerpo reaccionó de manera automática cuando Miklós se tumbó sobre ella, haciendo que se acoplara perfectamente al de él, en todos los sentidos en los que se pudiera entender la expresión. Lo recibió con gusto, recordando aquella primera vez pero sin detenerse a pensar demasiado en ello. Era las sensaciones las que tenían mejor memoria en ese momento, como un olor o un sabor, y tenían el poder suficiente para reproducir en la gitana esa sensación de protección y seguridad que Miklós consiguió crear el día que la conoció. Si algo se podía decir de Kala era que no se acostaba con el primero que se cruzara por delante. Eso era algo que sabían todos los que la conocían, aunque fuera sólo mínimamente; era una mujer amable con todos y encantadora en la gran mayoría de ocasiones, pero hacía falta un duro trabajo previo para que ella dejara que otros invadieran su intimidad, y no sólo en el ámbito físico. Se podían contar con los dedos de una mano aquellos a los que Kala confiaba sus secretos y, de todos ellos, no eran muchos los que habían conseguido colarse entre sus piernas, generalmente, porque la relación que mantenía con esos otros era más familiar que la que tenía, por ejemplo, con Miklós. Él era uno de los pocos que conocía tanto sus secretos como los rincones ocultos de cuerpo. Sí era cierto que aún le quedaban cosas que no le había contado de su pasado, pero se había abierto a él mucho más de lo que lo había hecho con otros (incluso con los que sí había terminado en la cama). El tiempo sería el que le permitiera sincerarse del todo con él (si es que se daba la ocasión), o si, por el contrario, las cosas se quedaban como ya estaban.

Pasó los brazos en torno a su espalda y, en la medida en la que el placer aumentaba, fue aferrándose cada vez más a él. Su aliento entrecortado chocaba contra sus labios, que observaba con una mirada borrosa deseando poder saborearlos de nuevo. Si no lo hizo fue porque corría el riesgo de quedarse sin aire en los pulmones, puesto que el esfuerzo estaba siendo tan intenso que necesitaba estar plenamente concentrada para poder seguir con el ritmo. Claro que también podía haberse dejado caer sobre la hierba y que fuera Miklós el que realizara todo el trabajo. Eso habría sido la opción fácil y lo que muchas habrían hecho, sobre todo al haber llegado al clímax momentos antes de una manera tan exclusiva y dedicada. Kala, sin embargo, no quería quedarse en eso. Deseaba que aquel encuentro fortuito le ayudara a sanar y a olvidar esas heridas que no se podían ver, pero que dolían más que los arañazos que una manada entera de lobos pudiera hacerle.

Se movió para tener algo más de hueco, de manera que pudiera tener un mejor control sobre los movimientos de su cuerpo, y en especial de sus caderas. Que no se acostara con muchos hombres no significaba que no hubiera aprendido algo nuevo de cada uno con el que sí había compartido las sábanas. Con el tiempo había aprendido a conocer su cuerpo, sus límites y sus gustos, así que, siguiendo esa necesidad, arqueó la espalda de manera que con cada movimiento de ese ritmo cada vez más frenético e intenso, Miklós entrara más adentro de ella.

Jadeó con fuerza mientras se seguía manteniendo aferrada al cuerpo del cambiante. No dejó de mover las caderas, buscando en cada momento el punto que más la satisficiera. Respiró hondo y no paró, puesto que sentía que volvía a estar cerca del final.
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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 9:57 am

Miklós se clavaba profundo, como una daga en sus enemigos o como la espina de un rosal en sus amantes, especialmente mujeres, sobre las que siempre había tenido un efecto especial. Para los que se oponían a él, Miklós era la espada que atravesaba piel y músculos para desgarrar su camino a través de los órganos internos, el filo de metal que provocaba la muerte directa o por una infección tras el paso de la bestia magyar. Para sus mujeres... Ah, ese caso era diferente; para ellas, Miklós era venenoso, la arista afilada de una flor hermosa, las consecuencias horribles de un momento breve de felicidad. Miklós se hundía hasta el fin, hasta que chocaba contra el fondo último de la mujer, arrastrando todo a su paso. Así había sido con Kala cuando había sido el primero que la probó, y, años después, así estaba siendo con ella en aquel instante robado en medio de cualquier parte de una de las ciudades más importantes del continente. Tal vez para ella fuera menos corrosivo que para las otras con las que había estado, algunas de ellas incluso engañadas para regalarle su fortuna porque ese había sido su medio de supervivencia entonces, pero eso no quitaba que Miklós tenía la mala costumbre de llegar todo lo dentro que fuera posible, bien fuera de sus mentes o de sus cuerpos. Él, por su parte, prefería que fuera algo carnal porque las sensaciones que el acto traía aparejadas eran magníficas, sobre todo con las compañeras que eran buenas y con las que existía algún tipo de complicidad. Kala, afortunadamente para ambos, pertenecía a ese selecto grupo; lo descubrió hacía años, cuando incluso siendo virgen había demostrado una intuición exquisita que lo hizo disfrutar más que con otras mujeres, más experimentadas, y lo estaba redescubriendo entonces, enredado con ella y ascendiendo el mismo camino tortuoso hasta el clímax que, aunque no compartieron, sí fue sucesivo en ambos, dejándolos sin aliento.

– ¿Sigo sin haberte hecho daño? – preguntó, con una voz mucho más rotunda de lo que las circunstancias daban a entender, pero a ninguno les importó: a él porque tenía otras cosas en las que pensar, y a ella porque fue tan grave y con la misma cadencia húngara, suave, de siempre, lo cual la convertía en tranquilizadora. Con un movimiento suave, y aún sin abandonar el cálido interior de Kala, la aproximó a su propio cuerpo para echar un vistazo por encima de sus hombros a la herida de la espalda, que aunque tenía mal aspecto no parecía peor que cuando la había vislumbrado por primera vez. Así pues, Miklós no le dedicó otra mirada y prefirió volver a mirar el rostro de Kala, frente al suyo, preso aún de tanta excitación que resultaba transparente lo que acababan de hacer, por si sus cuerpos unidos o las ropas revueltas no fueran suficiente indicativo. – Ajo. Y, sobre todo, aceite de rosa mosqueta. – murmuró, y Kala lo miró con cierta extrañeza, pero él se encogió de hombros. – El ajo, aunque apestoso, sirve para que las heridas no se pudran y se extienda el fuego y la ponzoña por el resto del cuerpo, lo que obligaría a amputar aun si se atrapa a tiempo. Además, es algo que todo el mundo suele tener... – aclaró, apartándole un mechón de cabello del rostro y, a continuación, saliendo de ella para vestirse, tan cerca que no podía considerarse que la estuviera abandonando incluso si se había separado un tanto. – El aceite de rosa mosqueta es tradicional. Se extrae de las semillas, y cuando la herida está curada ayuda a que cicatrice y quede apenas una línea en lugar de una hendidura horrible que te recuerde lo que ha pasado. – concluyó, señalando una de sus cicatrices en el pecho, apenas visible pero que ella conocía porque la había acariciado varias veces ya, y que había sido tratada con dicho remedio. En cuanto se terminó de vestir, Miklós se colocó en cuclillas junto a ella, aún en el suelo, y sin que hiciera falta pedírselo ayudó a Kala a incorporarse, evitando tocar la herida hasta si era por accidente. – ¿Necesitas que te acompañe? – ofreció.

No sabía si le dejarían entrar al campamento gitano aunque su sangre clamara pertenencia a ese estilo de vida, igual que tampoco sabía si, en calidad de acompañante de Kala, recibiría o no miradas extrañas y reprobatorias, pero ofrecerse era lo menos que, en su opinión, podía hacer, de ahí que la oferta continuara en pie mientras la pelota se encontraba en el tejado de Kala Bhansali, ya no el suyo.
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Mensaje por Kala Bhansali Dom Feb 18, 2018 4:29 pm

Volvió a sentir el clímax, y éste volvió a dejarla sin aliento. ¿Con cuántos hombres como Miklós se había cruzado la ceilanesa en estos últimos años? Pocos, por no decir ninguno. Desde la última vez que se vieron, Kala había tenido distintos amantes; puede que no muchos y puede que no los viera frecuentemente, pero desde que había cruzado esa puerta de la mano del húngaro, no había vuelto a cruzarla en el sentido inverso. Pero de ahí, a encontrar un hombre que fuera capaz de hacer lo mismo que el que ahora reposaba sobre ella, había un largo camino.

Posó su frente en la de él y dejó caer el cuerpo, pesado y completamente relajado, sobre la hierba. Las manos de Miklós seguían sujetándola, con lo que su espalda ni siquiera rozó el lecho. Unas briznas de hierba, las más largas, quizá, juguetearon con la piel sana entre las heridas, pero sólo consiguieron hacerle unas cosquillas que apenas sintió.

Ya te he dicho que eres el único que no me ha hecho daño —dijo con voz calmada, prácticamente en un susurro; estaban tan cerca el uno del otro que no hacía falta más para que la oyera—. ¿Por qué iba a cambiar eso ahora?

Acarició sus facciones marcadas con las yemas de los dedos y dejó que se separara de ella. Dedicó escasos y preciosos segundos a observar cómo se tensaban los músculos de su espalda mientras se vestía, y cuando el frío de la noche fue demasiado intenso para su piel desnuda, alargó una mano y alcanzó su ropa. Se vistió con cuidado, puesto que ahora sí notaba un dolor sordo en la espalda, como si el éxtasis que acababa de vivir estuviera perdiendo los efectos placenteros. Se dejó ayudar por Miklós, entre otras cosas, porque la fuerza y el cuidado con la que la sujetaba eran adictivos.

¿Me ayudas a llevar la cesta? —preguntó a modo de respuesta, señalando la colada a medio terminar.

Ella cogió algunas de las prendas, entre ellas las ya mojadas, y comenzó a caminar de vuelta al campamento. Echó la vista un par de horas atrás y pensó en cómo se había sentido cuando había hecho ese mismo camino en sentido contrario. ¿Qué habría pasado si Miklós y ella no se hubieran encontrado? La respuesta era sencilla: el miedo y la angustia hubieran seguido allí, acrecentados, probablemente por preocupaciones de la propia gitana. Miró al cambiante de reojo y sonrió. Si no llega a ser por él, Kala no habría llegado mentalmente sana a la siguiente luna llena.


FIN DEL TEMA
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